El
sindicalismo nacional y popular, la política, el Estado.
Esta
es la cuestión
Por
Gabriel Fernández *
El
ocultamiento de la posición internacional contribuye a la opacidad
del diagnóstico local. Si admitieran –no sólo ante el pueblo sino
también de cara a sus militantes- que repudian a Fidel Castro, Hugo
Chávez, Rafael Correa, Lula y (un poquito menos) a Evo, resultarían
más comprensibles sus condenas cerriles al gobierno nacional popular
argentino, a las organizaciones sociales que articulan en derredor
del mismo y a las organizaciones sindicales que se encuadran dentro
de la historia populista del movimiento obrero.
El
conflicto docente vale como ejemplo singular: la caracterización del
gobierno nacional es el de una encarnación burguesa que acomoda la
crisis en beneficio del empresariado con un discurso matizado por los
derechos humanos. El sindicalismo de la CTA – Suteba es una
burocracia que sólo lleva adelante la lucha como medida de
maquillaje, para ocultar sus reiteradas traiciones. Todo lo positivo
para el pueblo argentino termina siendo una mascarada que esconde
fines oscuros e inconfesables. Eso plantea la izquierda radicalizada
tradicional, mientras el moyanismo acciona, en tanto busca un
argumento.
La
dirección del Suteba hace un par de años ha quedado atrapada por
una situación compleja, de la cual no ha sabido salir: el gobierno
nacional no guarda especial interés en favorecer al sindicalismo que
lo respalda; la alianza moyanista – trotskista exige más y más
para obstaculizar todo lo que ese gobierno desarrolle; las bases
docentes tienen un alto componente antiperonista crudo al cual,
simplemente, le molesta un gobierno como el kirchnerista. Esa
conducción ha optado por esbozar un intento de contención de tales
franjas sin comprender que de nada sirve.
Ese
intento de contención no está manifestado en el reclamo salarial
paritario –las cifras planteadas están dentro de un debate
razonable- sino en la determinación de efectuar la máxima medida
que el movimiento obrero puede concretar dentro de los parámetros
legales: el paro total por tiempo indeterminado. Pero la entendible
búsqueda no hallará resultados, pues pase lo que pase la alianza
moyanista – trotskista seguirá acusando a estos dirigentes
(digamos Yasky – Baradel) como burgueses traidores, y las bases
docentes seguirán apegadas a un odio lejano que los historiadores
pueden rastrear.
Por
tanto, el asunto realmente importante que deriva de este notable
conflicto bonaerense es cuál es el lugar que el gobierno nacional le
asigna al movimiento obrero organizado y, a un tiempo, qué lugar
anhela y necesita ocupar ese sindicalismo nacional popular. Debatir
esta cuestión resulta esencial para definir un rumbo conjunto. Lo
cual no evita que en cada gremio las pujas salariales resulten más o
menos intensas según las variadas situaciones por las que atraviesa
el pueblo argentino.
Aunque
el esquema es obvio lo reiteramos para curarnos en salud: una cosa es
votar delegados de base, otra conducciones sindicales distritales,
otra direcciones nacionales… y otra bien distinta elegir un
gobierno nacional. La política que imbrica al sindicalismo es, sin
embargo, un nivel distinto de la vida nacional. Esto significa que si
la economía funciona adecuadamente y el mercado interno posee una
dinámica progresiva, el gobierno nacional y popular no necesita de
los sindicatos para lograr votos de los trabajadores.
Sin
embargo, la batalla política cultural popular (otro nivel ligado
pero distinto) si lo necesita. Es ostensible que la desestructuración
de una CGT vertebrada al lado del gobierno nacional y que este
contraste agudo con la CTA proclive a orientarse en esa dirección,
ha dañado el potencial callejero, activo, comunicacional en vasto
sentido, del movimiento nacional y popular (política) para dialogar
con la sociedad en su conjunto.
No
es lo mismo tener a los sindicatos movilizando 200 mil personas a la
Plaza o a la 9 de Julio para respaldar al Proyecto –aún con
polémicas y reclamos- que esta ausencia de condensación obrera que
se desperdiga en cientos de actos y cortes particularizados por todo
el país, donde cada sectorcito aplaude o condena lo que evalúa
conveniente para sí. Y no es lo mismo tener a aquellos delegados de
base convencidos y reconocidos, debatiendo en los lugares de trabajo
y en los barrios sobre el rumbo general, que observarlos callados, a
la espera de resoluciones puntuales.
El
debate no es con la izquierda tradicional, que jamás –por
principio- acordaría con un gobierno burgués… pero coincide con
la CIA en la desestabilización de los gobiernos populares
latinoamericanos, como apunta insistentemente nuestra compañera
Stella Calloni. De un burro solo patadas. El debate es en el seno del
movimiento nacional y popular con el objetivo de desentrañar el
vínculo entre política y sindicalismo y así lograr una presencia
gremial en el diseño económico nacional y una participación de esa
zona de la vida argentina en el debate cultural general.
Ahi
está la cuestión.
*Director
La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica.