Por Gabriel Fernandez *
Vamos a hacerlo. Rompamos lanzas de una vez porque el tiempo transcurre y es preciso asegurarse de resolver cuentas pendientes. Hoy nos metemos con un ícono que desde hace mucho atraviesa la mente de periodistas futboleros y tiende a extenderse como ejemplo en otras direcciones. Su inocultable talento sostiene esa trascendencia y su capacidad para el epigrama sonoro favorece la cita y el desarrollo.
Se lo ha descrito como “Rebelde, intenso, irreverente, frontal, inconformista, fiscal innegociable. Si hubiera que salvar del fuego una sola de sus virtudes, primero habría que rescatar su libertad. No decía lo que quería, sino lo que creía, y por eso se llenó de prestigio y de enemigos. Un prócer gigantesco de nuestra profesión” (El Gráfico 08-07-2013) y seguramente merece tales apelativos. Pero hemos de poner en cuestión, al fin, al héroe Dante Panzeri.
Durante largos años sus observaciones futbolísticas con derivación ética se hicieron presentes en los bares y las redacciones, en las canchas y los medios porteños. Su capacidad para la redacción filosa le permitió aseveraciones fascinantes como “La disposición táctica de los equipos es una cuestión moral” o “El periodismo es el cumplimiento de la obligación de enseñar a pensar a la gente”. También, la famosa definición del fútbol como “dinámica de lo impensado” y el cuestionamiento duro hacia los directores técnicos: una corporación de charlatanes.
Cómo no dejarse llevar por el aura de esos dardos surcando el aire. Y sin embargo, este gran periodista hizo confluir sus razonamientos de trazo punk y antisistémico con un profundo desprecio por la opinión popular (“nadie sabe nada”), por la democracia y por el movimiento nacional y popular que ayudó a la elevación económica, cultural y deportiva del país. Lo que no se dice, lo que de algún modo se barre bajo la alfombra al reivindicar a Panzeri -o se aprovecha cuando hay simbiosis editorial- es que empleó el mismo entusiasmo y la misma creatividad para reivindicar golpes de Estado sanguinarios contra nuestra gente.
Es curioso: cuando no le queda otra que asumir el despliegue que el ciclo 45 – 55 brindó al deporte argentino, el escriba transgresor apela a la moral abstracta y dice que esa dimensión se daña por “lo sucio” en los intersticios de tal política. Entonces, miles y miles de pibes congregados con buena alimentación, entrenamiento y estructura adecuada para la práctica de los juegos, en un volumen singular que la Argentina no había conocido hasta ese entonces, deben volver –como volvieron por la fuerza- a padecer el trabajo infantil, la falta de oportunidades y el morfi salteado para garantizar, a través de la “Libertadora”, “lo limpio” en el deporte.
El tono aristocrático, como suele ocurrir con muchos de nuestros enfant terrible, es inocultable. Y, aunque compartimos varias de sus consideraciones futbolísticas, nos animamos a romper también esa dualidad extrema y señalar: Panzeri no admitió que al fútbol se juega del mejor modo posible con lo que se tiene, según el rival que se planta. Esa observación, menos dramática, menos punk, lleva a indicar que los equipos chicos también tienen la posibilidad de construir su destino frente a formaciones caras, plagadas de talentosos, que pueden darse el lujo de encarar ofensivamente cualquier cotejo. ¿Nos sigue?
Ahí hay claves, lector. Ahí podemos entender el sentido profundo de la frase célebre anticipada: “La disposición táctica de los equipos es una cuestión moral”. ¿Una cuestión moral? Bueno, entonces sólo un puñado de elegidos está en condiciones de mostrar virtud, mientras que los demás aceptan pasivamente el rol de partenaire de “los que saben” o pasan a formar una “asociación ilícita para producir resultados lícitos”, frase de su propia pluma. El director técnico de una institución modesta, que cuenta con el material disponible por el presupuesto realmente existente, no tiene derecho “ético” de disponer cinco volantes en media luna para trabar la circulación rival, a menos que acepte convertirse en delincuente.
Aunque lo haya sugerido Panzeri, es un disparate. O peor, es una visión elitista que se ampara, como en todo el arte, como en todas las disciplinas, en la belleza de altura para descartar a los “otros”, esa pléyade que hace lo que puede con lo que tiene, ese conjunto de “hombres comunes” que, también, aunque de otro modo, con estilos diferenciados, intenta alcanzar objetivos elevados. Bien lo sabe Diego Armando Maradona, que desde la humildad llegó a generar obras de genialidad incomparable, pero jamás se sumó al fundamentalismo menottista – panzeriano al punto de descartar esquemas. Maradona sabe que no es justo exigirle a todos que jueguen como él. Porque cada quien es cada cual.
Esto no significa que varias apreciaciones del periodista dejen de merecer consideración. Sus observaciones en los intersticios del juego resultan de valor: porqué algunos recurren siempre al pelotazo recto cuando podrían intentar armar, cuál es el sentido –aún buscando verticalidad- de dejar a un lado la salida al pie con el manejo promedio existente en la Argentina, porqué reivindicar la infracción persistente cuando debería constituir un recurso extremo, y ni eso. Muy especialmente: los que cuentan con valores para elaborar buen fútbol, porqué se restringen al planteo cuidadoso, sin pensar en el público y en el espectáculo. Pero la expansión radicalizada y plena de esta mirada, en toda circunstancia y lugar, deriva en un absoluto que fuerza la tabula rasa.
Se narra con certeza que Panzeri y Osvaldo Ardizzone, a quien nos hemos referido ya por estos lugares, formaron un tándem envidiable. Es verdad. Se ha indicado que nuestra estrella rebelde rechazó la publicación de un texto de Alvaro Alsogaray en El Gráfico. Es cierto. Vale aclarar que era un texto sobre asuntos futbolísticos. Y muchos recordamos su énfasis al oponerse al Campeonato Mundial 1978. Bien, pero sus críticas al Mundial se asentaban en prioridades económico culturales para el país –recordemos que el lanzamiento del torneo fue en 1974- sin que se registrara un solo comentario panzeriano sobre la entrega de la economía nacional ni las desapariciones forzadas. Y tiene sentido reclamárselo porque se mostraba dispuesto a dar todas las batallas blandiendo la bandera de la ética.
La trascendencia, además de su capacidad y su personalidad, puede explicarse con un clásico: la reticencia ante el vil metal. Algo que suena bien por izquierda pero contiene –tras la Revolución Francesa deberíamos saberlo- elementos hondamente conservadores. “Al fútbol profesional se lo puede salvar desalentando su materialismo –escribió–. Cambiar este fútbol exige destruir. Destruir lo que se está construyendo. Para poder entonces construir.” Y en un programa de propuestas que armó llegó a plantear que los partidos no se televisaran, que hubiera topes en los sueldos y límite de profesionales por equipo.
A ver si nos entendemos: contrariamente a lo que pensaba Panzeri, el profesionalismo ha sido una dicha para pibes que, sin demasiadas opciones sociales, lograron hacer valer su talento y recibir altas remuneraciones por el mismo. Los conocemos directamente en dos períodos clásicos: el autor de esta nota transitó las inferiores en los años 70 y su hijo, en el tramo inicial del siglo presente. Muchos de los juveniles no tienen otro camino que la construcción, el empleo no jerarquizado, o directamente el desempleo. El fútbol los salvó. ¿No nos gusta lo que hacen con ese dinero? Ah, bueno: es lo que suele suceder cuando los muchachos del barrio ganan buena guita. Todos se sienten autorizados a cuestionar sus gustos, sus placeres, sus exposiciones. Allí también late el antiperonismo en su expresión más cruda. ¡Y encima revestida de dignidad!
Y más fuerte aún para la sensibilidad de los que se presentan como románticos. Visto en panorámica, el Jugador de Fútbol es uno de los pocos gremios que logró en los hechos un salario elevado. Es claro que esta actividad hay “burguesía y gangsterismo”; se ve, se nota. ¿Y en cuál no? El resto de los oficios terrestres está signado por esa realidad. La solución adecuada está lejos de requerir baja en los ingresos de quienes alcanzaron lo que otras franjas sociales deberían conseguir. Si seguimos la línea de razonamiento del mismo objetado, vamos a observar que el dinero que no se quedan los protagonistas del espectáculo… va a parar directamente a burgueses y gángsters.
Vamos al fondo. Lo que sigue es textual de Dante Panzeri: “A partir de 1945, el país perdió la personalidad ética y estética que lo había definido. La Revolución –en referencia a la Revolución Libertadora– que puso término a una larga noche de la vida argentina no podía prescindir del deporte entre las actividades que imponía un revisionismo (…). Limpiar al deporte de lo sucio que estaba –pero que aún está– fue consigna seguramente muy noble, muy bien intencionada y muy justificada dentro de este proceso intervencionista”.
Este es un texto difícil para nuestro gremio, para su modo de construcción de ídolos y referencias. Pero no importa: hay que decirlo. Al menos, necesitábamos una voz disonante en medio de reivindicaciones a libro cerrado. Es más: la inteligente y talentosa pluma de Panzeri merece la franqueza en el debate. Y merece que se le diga que así como los elogios a la Revolución Fusiladora estuvieron mal, la cerrazón aristrocratizante asentada en la búsqueda de belleza futbolística –hay que ser honestos, en tal punto halla compañía en Eduardo Galeano– como fundamento esencial de una filosofía de vida, es en el mejor de los casos un equívoco.
La belleza en el fútbol está en el Brasil de 1970; es cierto. Pero ciertas cumbres están asentadas en una trama de tensiones y dificultades , de pasiones y violencias, que las realzan. La negación de la contracara (Materazzi) al punto de solicitar la prisión, en beneficio de lo angelical (Zidane), sólo contribuye a menoscabar la creación que se pretende reivindicar. Traspolando épocas, esa es la posición que hubiera asumido Panzeri al comentar aquella mítica final. Y sobre su memoria se alzan, enormes, su compañero Ardizzone, valorando las briznas de creación esforzada del ñato de acá a la vuelta, y Maradona, que no se hizo echar, que cuando arreció el golpe y el insulto, se dijo para afrontar esto es que me han dado el talento, y si no ¿para qué? Y venció.
*Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica