Despidos y Represión / La pugna por la distribución
Por Gabriel Fernández *
La pregunta es para qué. Lo veremos más adelante. Ahora, nos adentramos en el contenido.
Todo puede mejorar, claro, y todo es perfectible. Sin embargo, para lograrlo es preciso contar con un diagnóstico adecuado y tener la intención de llevar adelante un cambio progresivo. De otro modo, asentados en problemas que operan como justificativo, se adoptan decisiones que empeoran el panorama y debilitan las estructuras que se pretende consolidar.
El actual gobierno ya mostró su perfil en la resolución del dilema productivo que implicaban los insumos dolarizados dentro de la elaboración industrial local. En lugar de apostar a la sustitución de importaciones, valorizó el dólar, aumentando hasta niveles insostenibles los emprendimientos que se asientan en la manufactura local.
Ahora, con el mismo criterio, va sobre el Estado. Sin tomar en cuenta los datos y las necesidades concretas, se lanza a adoptar determinaciones drásticas basadas en un sentido común vulgar y propagandístico con el cual no sólo es absurdo elaborar políticas nacionales, sino que ni siquiera cautiva para una charla de café.
Si se está hablando de política y aparece un marmota que dice “acá el problema es que los trabajadores no quieren trabajar”, la conversación se diluye y quienes no tienen ganas de confrontar se levantan y van a realizar mejores ocupaciones. Bien, con ese tipo de premisas el gobierno macrista está reelaborando la grilla de asalariados en el orden federal.
Cuando señalamos que para diseñar una acción es preciso contar con un diagnóstico sólido, nos referimos específicamente a esto: si se toma la plantilla general del Estado argentino, se observará que de diez trabajadores públicos, siete de ellos están afectados a la seguridad, a la educación y a la salud. Sólo los tres restantes desempeñarían en la administración, operando engranajes menos visibles pero igual de importantes para el funcionamiento del esquema.
Estamos hablando de datos oficiales incontrastables, surgidos de la contabilización de los puestos de trabajo en el área pública de todo el país. Si lo dividimos en proporciones, el 50,4 de los cargos son para los trabajadores de la educación, el 13,1 para los agentes de seguridad y el 8,1 para los empleados del área de salud. El 28,4 por ciento restante son administrativos que facilitan las labores en esas y otras reparticiones.
Por tanto necesitamos zambullirnos en el interrogante inicial. El sentido profundo de los despidos y la represión parece contener objetivo bifronte: amedrentar directamente a los gremios y trabajadores estatales de entrada, e incrementar rápidamente el número de desempleados. Ambas fases de la acción están orientadas a bajar rápidamente las exigencias obreras en todas las negociaciones paritarias.
Sucede que la razón de ser del gobierno empresarial rentístico es la transferencia de recursos. El primer paso se dio a través de la devaluación, acto seguido el endeudamiento (recursos para funcionarios y empresas privadas que serán abonados por todos los argentinos). Ahora viene la gran batalla, asentada en el consumo de masas y el poder adquisitivo del salario promedio.
Para quienes piensan como el marmota de la charla en el café es difícil comprender que todo el andamiaje productivo de las naciones que han prosperado en la historia del capitalismo se basa en la capacidad de compra del ciudadano promedio. Allí, como señalara oportunamente Arturo Jauretche, está la clave del desarrollo comercial e industrial de un país. Eso es lo que fomentó el peronismo en el período clásico y el kirchnerismo en la década reciente.
Los liberal conservadores argentinos, enlazados con las corporaciones financieras que hundieron Europa al quebrar ese esquema, plantean que es preciso disminuir el consumo para "ahorrar" y evitar el crecimiento del gasto público. En realidad, no creen en nada, sólo atisban argumentos públicos para que los medios argumenten en su nombre. Lo que buscan es quedarse con los recursos nacionales.
Todo esto estaba en carpeta, pues los antecedentes de la propia historia son evidentes.
Es una pena tener que volver a explicarlo.
* Director La Señal Medios / Area Periodística radio Gráfica