Por Gabriel Fernández *
ARENA. Piense en un día seco. Algo de viento, polvo alzado de las calles gestando círculos a pocos metros de altura. Bastante sol, que carga el rostro y se coaliga con la ausencia de humedad para producir una vibración ardiente sobre la piel.
Después de un tiempo, usted vuelve a su hogar o ingresa a su lugar de trabajo; simplemente abre una canilla, llena un vaso y elabora un cauce para que el agua fresca reconforte un cuerpo incómodo, que rezonga ante la hostilidad climática.
Bien: todo eso es nada, absolutamente nada al lado de la realidad que se vive en numerosos pueblos sirios. Allí, una población habituada, desde la era de Hafez al Assad, a un crecimiento lento pero progresivo, a elegir sus autoridades, a bregar para la instalación de servicios, debe afrontar un infierno persistente.
De un par de años a esta parte, centenares de presuntos islámicos muy bien pertrechados deambulan por el interior asesinando y lanzando proclamas extractadas oblicuamente del Corán. Destruyendo instalaciones, casas, hospitales, escuelas. Los sobrevivientes, sofocados por el entorno, no siempre alcanzan a tomar en sus manos un sencillo vaso de agua.
Cuando los sirios pueden escuchar, comprenden que esos presuntos islámicos provienen de lugares variados. Algunos, claro, de zonas cercanas; pero muchos no logran ocultar los acentos externos, prioritariamente europeos. Y cuando se detienen a ver, el proceder de los jefes les causa escozor.
Frente a este panorama, el accionar del Ejército Sirio, y el reciente arribo del Ruso, configuran datos que permiten a los pobladores agradecer a Dios, como sea que lo denominen. Bashar al Assad y Vladimir Putin les están enviando una dosis refrescante aunque, paradójicamente, pletórica de fuegos, bombas y metrallas.
ACERO. Hace un par de meses el presidente euroasiático explicaba: Estados Unidos ya no es el Imperio. Es una gran nación, pero no el Imperio. El Imperio ordena, las naciones negocian. Pero hay que darles tiempo para que lo comprendan, para que lo internalicen. Siguen procediendo como si fueran el Imperio, pero ya no lo son. Deberán entenderlo.
Ese reportaje, efectuado por Russia Today, es el mejor documento descriptivo de la nueva relación de fuerzas internacionales. Un hombre es tan grande como el oleaje que brama debajo de sus pies. Putin, al decir esto, sabía que la densidad de su discurso estaba compuesta por la realidad china, iraní, sudamericana. Y que contaba con la anuencia papal a la hora de narrar.
Semanas atrás, en estas mismas páginas, indicábamos la existencia de una gran batalla planetaria. Hemos coincidido con especialistas y dialogado con ellos: en la misma dirección se posicionó Stella Calloni y, con matices, Lido Iacomini. Y fue Juan Gabriel Labaké quien, reforzado por Thierry Meyssan, lo puntualizó:
“Los jefes de Estado de los países de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC)… recordaron que esta organización de defensa colectiva puede ahora desplegarse, como lo hace la OTAN, bajo los auspicios de la ONU”.
En ese mismo andarivel, desde otras regiones, los pronunciamientos resultaron nítidos. Pues el Papa Francisco y la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner señalaron la necesidad de barajar y dar de nuevo en el Consejo de Seguridad. Porque ya nada es igual. Y los pueblos, merecen beber agua, pero también construir sus destinos, sin recibir agresiones.
AGUA. Hasta aquí, empero, el sentido de la contienda global puede entenderse, dentro de las pugnas de los espacios geoeconómicos. Los Estados Continentales, para emplear una definición de Alberto Methol Ferré, dicen presente; y lo dicen varios, no solamente el Norte. De allí que el estiramiento negociado de los tiempos, con balas en el medio, contribuya al avance del rediseño mundial.
Sin embargo, necesitamos volver sobre aquél artículo que elaboramos a fines de septiembre para señalar que, como si el dato del párrafo anterior fuera poco, hay una lucha de fondo (aún más de fondo) que facilita el despliegue de los intereses regionales no involucrados con el imperio anglosajón de las dos centurias recientes.
Se trata de la vibrante batalla entre un capitalismo que emergió rápido, cual burbuja, y se desvanece aceleradamente –en sintonía con su naturaleza-, y otro que, pausadamente, insiste en la elaboración de bienes de producción y consumo. Ahí está la clave y ahí está la trascendencia de los resultados de la presente colisión.
Como no podía ser de otra manera, el Proyecto Productivo está liderado por Estados, en tanto el rentístico es orientado por empresas, muchas de las cuales han asaltado sus estados para ponerlos a su servicio. Es decir, sin dejar de lado el gran fetiche, la Ganancia, los Estados presididos por Políticos están intentando subordinar a las empresas que buscan la ultraganancia hueca.
Hace poco menos de una década, el tono analítico internacional coincidía en lo irreversible de la hegemonía del capital financiero. No fuimos parte de esa algarada. Como tímido contraste, surgía el decir sin asentamiento de una presunta opción socialista que –tras la caída del muro alemán- se desplegaba cual bandera de polvo.
Era preciso que resurgiera el concepto de Tercera Posición y la articulación de Comunidad Organizada para que los espacios geoeconómicos emergentes, además de situarse en sí mismos y por tanto enlazar con quienes compartían (al menos) adversarios comunes, comprendieran que también, tenían una bandera.
La bandera del trabajo. Esto es, de la inversión vinculada directamente con la elaboración de bienes. Regenteada por los Estados para licuar la inmediatez empresarial. Con beneficios para todos y una inclusión social que resultara, en lugar de causa justa pero deficitaria, matriz del Proyecto mismo, sostén de un modelo que exige capacidad masiva de consumo.
Es difícil contenerse. Anhelamos contar con la fuerza de voluntad para evitar que nuestro desarrollo analítico se tiña de un optimismo contra viento y marea. Pero es difícil contenerse. Pues más allá de vaivenes y dificultades en el seno de los poderes que surgen, los límites que se imponen al Norte resultan notables. Y prefiguran un planeta mejor.
La presencia rusa en Medio Oriente es un hito, una zona de clivaje, un antes y un después que evidencia este potencial. Ya no se puede hacer lo que se hizo sobre Libia y sobre Irak: países derruídos y desmembrados por la voracidad de estados controlados por las finanzas, las armas y las drogas.
El error sería evaluar Siria como un litigio puntual, alejado de las otras dos compulsas, la geoeconómica y la económica organizacional. Se trata, efectivamente, de un hito, porque denota el vigor de un mundo que nace, que no es otra cosa que una humanidad que se resiste a la muerte en beneficio de un puñado de corporaciones y unos cuantos papeles.
Este no es un día seco en Buenos Aires. La Pampa Húmeda insiste en su palpable y acariciante tenor. Hemos tomado nuestro vaso de agua y preparamos unos mates. Estamos azorados porque al visualizar el presente, atisbamos un devenir quizás lejano, pero mucho más atractivo que el pasado reciente que conocimos, y sufrimos, con intensidad.
* Área Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios