Por Gabriel Fernández, Director de La Señal Medios
Mientras persiste la gran alianza que podemos situar sobre la abarcativa Organización de Cooperación de Shangai, los países amenazados por futuros conflictos directos promovidos desde los Estados Unidos se agrupan para afrontar el nuevo panorama. En la semana que concluye, China, Rusia, Corea del Norte e Irán han fortalecido sus lazos y configurado, de hecho, un potente club de amenazados por la gestión que responde al gran capital financiero con dinámica belicista.
Después de un esfuerzo destinado a minimizar el creciente desencuentro, China sacó conclusiones prácticas. El jueves 18 de marzo las potencias americana y asiática se reunieron en medio del salvaje frío norteño. Lo ocurrido fue bien descripto por France 24: “En un intento por enderezar las amargas relaciones entre Estados Unidos y China, funcionarios de ambos países se dieron cita en la ciudad de Anchorage, Alaska, con el fin de hablar sobre temas que preocupan a ambas partes. Sin embargo, la tensión aumentó a medida que se prolongaba la reunión.
“El encuentro en la fría Anchorage entre los funcionarios chinos y estadounidenses no logró romper el hielo como se esperaba. De la reunión de ese jueves en territorio de Alaska, Estados Unidos, solo quedó una serie de acusaciones de ambas partes y, como resultado, no se llegó a nada concreto. Del lado estadounidense, acudió el secretario de Estado, Antony Blinken, y el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan; y por el lado chino, el responsable del Partido Comunista de China para Asuntos Exteriores, Yang Jiechi, y el jefe de la diplomacia, Wang Yi”.
Empezamos a averiguar y a consultar con variadas Fuentes confiables. Al finalizar el cónclave y tras una serie de breves pero intensas conexiones de la Cancillería china –suponemos que a través de móviles Huawei-, las cuales incluyeron en varios tramos al presidente Xi Jing-Pin, el ministro Wang Yi partió rumbo a Irán. Allí se entrevistó con su equivalente persa, Mohammad Javad Zarif, y con el presidente Hassan Rohani. El resultado del cónclave interasiático fue claro: Saeed Khatibzadeh, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores del país anfitrión, dijo que China e Irán planean “fortalecer la asociación estratégica entre ambos países e intercambiar puntos de vista sobre los sucesos internacionales y regionales”.
Vale recordar que ambas naciones forman parte –junto a otras- del Plan de Acción Integral Conjunto, destinado a mejorar el vínculo iraní con el planeta a través de acuerdos sobre el desarrollo de la energía nuclear. El hostigamiento norteamericano sobre la república islámica puso en riesgo la mesa de debate, y su creciente hostilidad hace temer algunos niveles de violencia en el corto plazo. Frente a esto, la vocera de la Cancillería china, Hua Chunying, dijo a la prensa que el Plan se encontraba “en un momento crítico”, y culpó a Washington de no actuar para levantar las sanciones contra Teherán. Pero el asunto no quedó ahí.
Enseguida, el viceprimer ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergey Ryabkov, se reunió con el embajador iraní en Rusia, Kazem Jalali, para un “amplio intercambio de puntos de vista” sobre la situación actual que rodea al acuerdo nuclear. Moscú también es miembro del Pacto y ha instado a Washington a suspender las sanciones contra Teherán para lograr que el acuerdo vuelva al buen camino. Como los hombres de paz duermen con la pistola bajo la almohada China, Rusia e Irán realizaban ejercicios militares conjuntos en el mar mientras se desarrollaban las instancias de diálogo. Y todo se enlazó con un nuevo encuentro orientado a consolidar la pequeña pero vigorosa coalición en medio de la alianza más vasta.
Pues ni lerdo ni perezoso el Ministerio de Relaciones Exteriores ruso invitó al mencionado responsable del PC chino para los asuntos externos, Yang Jiechi, con el objetivo de analizar la situación. Aunque ese encuentro fue muy reservado-no se conocen pronunciamientos oficiales-, ningún analista dejó de inferir que se trataba de la frutilla en la crema: coordinar acciones entre Rusia y China para afrontar el horizonte conflictivo planteado por los Estados Unidos. Los problemas que intenta suscitar la gestión de Joseph Biden superan el de por sí candente tema iraní y se extienden sobre Hong Kong, Taiwán, el Tibet y Xinjiang al menos. El gran oso se permite involucrar en la lista a Kirguistán y Bielorrusia, sin olvidar jamás a Crimea.
Eso no es imaginería. Durante la helada reunión de Anchorage los representantes norteamericanos acusaron al coloso asiático de cometer abusos sobre los derechos humanos en esos y otros territorios. También, dentro del libreto histórico, de ignorar las formas democráticas y ejercer “coerción económica, militar y política”. ¿Sobre quiénes? Claro, sobre aquellas fuerzas ligadas a Occidente y proclives a damnificar los rumbos señalados desde Beijing. Desde Pekín, digamos. El Ministerio de Relaciones Exteriores chino escuchó esos estiletazos en tiempo real, mientras cortaban el aire de Alaska y la vocera de la cartera externa Hua Chunying fue al nudo: “China ya no es lo que era hace 120 años, cuando potencias extranjeras podían obligarla a abrir sus puertas mediante las armas”. Ante esta nueva realidad, apuntó, “ciertos individuos coludidos en la política, en el ámbito académico y en los medios de comunicación deberán pensarlo dos veces si creen que pueden hacer difamaciones gratuitas impunemente”.
El lunes 22 de marzo resolvieron estudiar el panorama los dos cancilleres, directamente. Wang Yi y Sergei Lavrov diseccionaron el globo y anunciaron a través de un comunicado conjunto dirigido “a la comunidad internacional en medio de una turbulencia histórica” para que se concreten esfuerzos destinados a “fortalecer la comprensión y aumentar la cooperación a favor de la seguridad mundial y la estabilidad geopolítica” y “contribuir al establecimiento de un orden mundial multipolar más justo, democrático y racional”. Esto nos remite al inicio de este texto: si el orden mundial es multipolar, los actores son varios. Vamos a por ellos, como dirían los tristes columnistas de El País.
Entre las naciones limadas por el renovado impulso interventor estadounidense, se cuenta Corea del Norte. Después de hacer amables excepciones con Donald Trump, el presidente Kim Jong un retomó su proceder reverberante, distanciado estilísticamente de cierta fineza ruso - china. Tras dialogar con la referencia, Xi Jing-Pin, definió a los Estados Unidos como “el enemigo principal” y prometió “adoptar una estrategia hábil hacia Estados Unidos y expandir incesantemente la solidaridad con las fuerzas antimperialistas independientes”. Los norcoreanos han vuelto a ser lanza del bloque euroasiático, al punto que rechazaron un llamado de los operadores de Biden para intentar una reunión bilateral, gesto que sorprendió a quienes siguen la información mundial. Al quedar fuera de juego el rubicundo vociferante, Kim ni siquiera desea conversar con quienes lo definen como el satán de la región.
Pero esto no es todo. La caracterización del presidente ruso Vladimir Putin como “asesino” y la declarada decisión de incrementar el ambiente flamígero sobre Irak y sobre Siria son signos de la administración demócrata que sirvieron como alerta a numerosos protagonistas para los cuales la paz es un bien práctico que les permite tiempo para desplegar modelos autónomos y productivos. Preste atención, lector: Pekín, Moscú, Teherán y Pionyang se unieron a otros 13 territorios para establecer el “Grupo de Amigos en Defensa de la Carta de Naciones Unidas”. La coalición ya estaba integrada por Argelia, Angola, Bielorrusia, Bolivia, Camboya, China, Corea del Norte, Cuba, Eritrea, Irán, Laos, Nicaragua, Rusia, San Vicente y las Granadinas, Siria, Venezuela y el Estado de Palestina.
Entre los principales postulados del grupo formado en 2019 y ampliado en los meses recientes debido a las amenazas norteñas, está la “no interferencia en los asuntos internos de los Estados, la resolución pacífica de las disputas y abstenerse del uso o de la amenaza del uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado, como lo establece la Carta de Naciones Unidas”. Si repasamos sus miembros encontraremos una versión ampliada del núcleo básico del que hablamos párrafos atrás y una versión apenas reducida de la OCS. Esto es, para transparentar: mucha potencia en recursos naturales, energía, producción y armamentos.
Frente a esta tropa defensiva, los Estados Unidos, monitoreados por el suprapoder sin tantos ambages como en el ciclo precedente, se lanzaron con celeridad a recomponer vínculo con la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Antony John Tony Blinken, actual secretario de Estado y su colega de Defensa Lloyd Austin vienen transitando administraciones que se sintieron alejadas por aquél censurado republicano. La reciente visita a Bruselas de Blinken escenificó la nueva etapa. Logró concertar una reunión ministerial de la OTAN y dos entrevistas de importancia: con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Gertrud von der Leyen, y con el secretario general de la organización, Jens Stoltenberg. El habla surgida de esos cruces remite al imperio, aunque el mundo es diferente. “Nos opondremos firmemente a la agresión de Rusia y otras acciones que tratan de perjudicar nuestra Alianza, y pienso que ese enfoque es exactamente el que tiene también la OTAN”, dijo Blinken. “Y de manera similar, tenemos que asegurarnos, y lo haremos, de que la OTAN también se enfoque en algunos de los desafíos que China plantea al orden internacional basado en reglas, que forma parte de la visión para 2030”.
Las cosas no serán tan sencillas. Ese intento de poner en caja a Europa no funciona automáticamente con Alemania, por ejemplo. La nación gobernada por la popular Angela Merkel está lejos de orientarse por gestos y advertencias. Su crecimiento económico se ha afirmado sobre bases autonómicas e intercambios convenientes. Incluye, dentro de una gigantesca trama comunicacional, cierta tendencia a desnudar las falsedades del libre comercio, el sistema financiero y las políticas exportadoras tradicionales. La población respalda a la jefa del Estado, se siente muy distante de los Estados Unidos y Europa, y bien proclive a las negociaciones con países emergentes. ( http://www.motoreconomico.com.ar/.../alemania-las... ).
Como si esto fuera poco, los funcionarios de la Unión Europea recordaron a sus pares norteamericanos que hace muy poco firmaron un acuerdo de cooperación económica con China. Entre los ítems figuran: elaboración de manufacturas, servicios financieros, bienes raíces, construcción y servicios auxiliares al transporte marítimo y aéreo. El mismo, obviamente, parte de afirmar buenas relaciones entre los participantes. Vale puntuar que ese vínculo se estableció a los apurones, pues en el Viejo Continente observaban con fundada desconfianza el arribo de los demócratas al control estatal. ( https://radiografica.org.ar/.../fuentes-seguras-el.../... )
Mientras todo esto pasa ante los ojos de la humanidad sin que los medios monopólicos ofrezcan siquiera una versión deformada de los hechos, América latina empieza a cobrar un envión que tiene a su principal motor en la República Argentina. La acción exterior nacional sobre Bolivia, Chile, México y más recientemente el Mercosur como herramienta conjunta, incluyendo desplantes a la Organización de Estados Americanos, salida del Grupo de Lima y posicionamiento frente a la hegemonía israelí, ya configura una pica en Flandes de vigor. Por el lugar económico y geoeconómico que ocupa este país, por su volumen técnico potencial y por las tradiciones que amparan su altavoz. El reciente acuerdo entre México y Bolivia para exigir a la OEA que se prive de intervenir en asuntos internos de los países del continente, refrenda la tendencia. La conjunción de intereses no será inmediata pero una modificación política de fondo en Brasil puede acelerar ese camino.
Sin buscar conclusiones plenas, arrimemos el sentido. Mientras la OCS, con inocultable preeminencia no forzada de Rusia y China, está fomentando un desarrollo económico apreciable en el conjunto de sus integrantes –con finanzas orientadas, énfasis en la investigación científico técnica, preeminencia para las inversiones productivas y firme rol de los Estados-, el país del Norte presenta un PBI en baja, con caída del porcentaje industrial en su seno y prioridad de recursos destinados al esquema financiero. El problema norteamericano sería atemperable si su Gobierno no tuviera que disponer ingentes sumas para las empresas que comandan la “Defensa Nacional”. Con la mitad del planeta intentando –no siempre con éxito- resguardar sus recursos, con transnacionales que aparentan americanidad pero parten raudas hacia zonas donde la inversión de bienes de producción y consumo no configure pecado y con una cúspide social cerrada que incluye como eje a los grandes bancos, ese Estado solo puede recurrir a la emisión.
Esto que narramos es una parte de lo ocurrido en el orden planetario durante las últimas semanas. La sucesión de encuentros en los más altos niveles evidencia la intensidad del proceso de cambios profundos que vive la humanidad. Resulta de sumo interés subrayar lo sugerido entre líneas: las naciones que vienen acumulando mayor poderío son las que insisten con madurez en evitar los conflictos. A diferencia de otros períodos, en los cuales quien reunía un potencial lo desplegaba, por estas horas la fuerza se hace sentir en el menoscabo de las provocaciones y la acción serena para afrontar situaciones que llevan la guerra en su interior.