Por Gabriel Fernández *
Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. Y esto, dirá usted, qué quiere decir. Básicamente: el diagnóstico general, detalle más, detalle menos, es claro. Este gobierno se ha posicionado en apenas un par de meses, como uno de los más dañinos, antinacionales y antipopulares de la historia. Y eso que tiene enormes competidores.
Sin demagogia: sus votantes oscilan entre quienes aplauden la entrega y la exclusión, y quienes suponían que la gestión iba a ser ordenada, sin damnificar los logros obtenidos. Es decir, la base electoral macrista se compone de seres despreciables y de tontos. Lo cual indica, lamentablemente, que el gobierno tiene –digamos- cierta base operativa.
Pero toda la polémica desplegada en La Señal Medios entre otros espacios, se asienta en nuestras responsabilidades, no en las ajenas. ¿Se entiende? Es decir, el debate está orientado en cómo volver a ganar para evitar la destrucción que impone el PRO UCR Cambiemos. El país está partido en términos relativos, por lo tanto, no podemos prescindir de tal o cual franja nacional popular.
Esa es la clave, la intención de fondo de quienes llevamos adelante las observaciones. Ni el kirchnerismo puede prescindir del movimiento obrero ni del peronismo en general, ni el peronismo puede dejar de lado al kirchnerismo en todas sus variantes. Por tanto, guste o no, es preciso amalgamar, en lugar de quebrar y acusar.
No puede ser tan difícil de entender, aunque admitimos que es complicado de lograr. Sin embargo, no hay opciones. O lo logramos o volvemos a perder. Compañeros: no es correcto dejar de lado a través de un plumazo acusatorio a segmentos enteros de nuestro movimiento. Por un lado, es conceptualmente torpe, porque las ausencias nos empobrecen. Por otro, es políticamente autoflagelante, porque los números no dan.
Ahora bien, quien esto escribe –y en concreto pone estos medios a disposición de esa reorganización, como se ve- se inclina hacia las posiciones más duras, más combativas contra el neoliberalismo. Alzar las banderas del Proyecto Nacional y Popular implica visualizar un horizonte que permita desplegarlas: Justicia Social, Independencia Económica, Soberanía Política.
Ocurre que al mismo tiempo percibe que sin la potencia del conjunto, quedarán en consignas justas, nada más. A menos que intentemos salir del esquema electoral y focalicemos a un segmento con intensidad movilizadora como el hacedor de políticas que deberían ser colectivas. Esa sería una decisión opaca; pero además, si la distancia son dos puntos… ¿para qué?
Por estas horas el campo nacional popular está siendo operado comunicacionalmente desde un perfil distinto al conocido durante la Década Ganada. Se pretende generar desaliento “mostrando” que los dirigentes de casi todas las vertientes se van arrimando al macrismo. Es una acción desmovilizadora. Pero tiene cierto éxito. ¿Porqué?
Porque muchos de los compañeros receptores de esa maniobra mediática se sienten satisfechos de sus contenidos. Los mismos demuestran que apenas un núcleo duro y movilizado es “digno” y “consecuente” mientras se mueve en un mar configurado por oleadas de traidores y débiles. Es valioso para el elogio de la propia postura, pero negativo para la potencia de la misma.
En la elección anterior algunos sectores desertaron de la campaña. Por un motivo u otro, pero lo hicieron. Ninguna de esas franjas ha quedado con autoridad para disciplinar a las demás. Es el tiempo del debate y la reorganización, junto al rechazo a las medidas neoliberales de uno de los peores –reitero- gobiernos de la historia. Tómenlo como quieran. Pero es preciso plantearlo con franqueza.
Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica