La silla
Por Gabriel Fernández *
En su interesante agrupamiento de textos independientes titulado de conjunto “La estrategia de la ilusión” Umberto Eco advierte sobre la trascendencia de lograr una adecuada ubicación para narrar a los demás aquello que están viendo. Todos observan el mismo suceso, pero el comentarista puede orientar al entorno. Con cierta gracia, plantea la necesidad de hacerse de la primera silla delante del televisor.
En una de las emulaciones más estúpidas que nuestro periodismo ha tomado de la desastrada comunicación estadounidense, cabe consignar –con énfasis, los años recientes- la tendencia a conducir al espectador a través de breves consideraciones sin fundamento pero impactantes y así moldear la mirada de aquél que visualiza una situación. Esta actitud, que pasa casi desapercibida para el público, deja de lado sesudas aunque falaces argumentaciones que, debido a su mismo rasgo esencial, ameritan debate. Son aseveraciones sin sentido, pero con efecto.
El mundo del fútbol está saturado de esos comentarios a modo de twitter, pero desde hace un tiempo el estilo se ha inmiscuido con energía dentro de las coberturas políticas. Va de suyo que los beneficiarios de semejante costumbre son aquellos sectores que lanzan afirmaciones sin sostén, que evaden datos concretos de la realidad, que se asientan en sentidos comunes que no necesitan corroboración sino permanente afirmación.
En el espacio futbolero, aquella lamentable costumbre impuesta desde TyC para devaluar equipos o jugadores, o ensalzar más allá de sus méritos equipos o jugadores, se ha extendido y acentuado en el querible y reivindicable Fútbol para Todos. ¿De qué se trata? Muchos colegas lo percibirán, pero nos interesa compartirlo con el conjunto de los lectores, oyentes y espectadores. Sin que medie estadística alguna, el relator dice, al pasar “amplia superioridad del equipo local”, o “Fulano no aparece en el partido” o “gran labor silenciosa de Mengano”. Hay muchas variantes: “el sacrificio de Perengano” o “dignísima tarea del rival”.
Si hasta allí las menciones pueden parecer inofensivas –salvo para quien las recibe sin poder explicar, por caso, que el técnico le pidió que se limite a oxigenar como volante lateral y a arrastrar marcas para abrir vacíos en la diagonal del puntero- , en los partidos decisivos todo se extiende hasta el ámbito moral. En infracciones fuertes, se condena la intencionalidad de tal jugador de tal equipo, en tanto se realza la “honradez” de tal otro jugador de tal otro equipo. El extremo se observó en el polémico cotejo entre Boca y Central que le permitió al xeneixe hacerse del título: junto a las correctas críticas al arbitraje, los relatores alzaron el carácter celestial de los rosarinos hasta hacerlos parecer impolutos, bondadosos, leales, adscriptos a la Justicia divina.
A veces las observaciones de los narradores no son justas ni adecuadas. Pero si intencionadas. Ni ciertas supremacías son tales, ni ciertas defecciones son cuales. Las cosas, aún en la era del twitter, hay que explicarlas, fundamentarlas. Los comentarios al pasar que realzan como estrellas a algunos y devalúan como miserables a otros, tienden a marcar hechos parciales como absolutos y tienen como consecuencia reacciones públicas injustificadas, halagos e insultos que llegan “recargados” por la frase al voleo de un presunto especialista. Seguramente Alejandro Dolina dio en el clavo, cuando hace pocos meses cuestionó la “superioridad moral” asumida por los relatores a la hora de juzgar jugadores, árbitros y públicos. Y remató: dedíquense a transmitir el partido.
En la vida política el daño es aún mayor. La acción periodística más mezquina y menos profesional de nuestra historia es la asumida por Jorge Lanata en Canal 13. El estilo en cuestión se reproduce así: se pasa una imagen de un dirigente kirchnerista que está hablando de la necesidad de transparentar los ingresos de los partidos políticos, el periodista ríe y los marmotas en derredor también; alguien dice en off “¡cómo roban!” y así queda planteada la línea editorial. Como si eso fuera una información.
Algo parecido efectúan otros empleados de Magnetto. Nelson Castro, por ejemplo, mientras pasa la imagen de Amado Boudou apurado para poder votar el 25 de Octubre pasado… comenta “no quiere esperar como cualquier ciudadano, es prepotente, quiere adelantarse a los demás”. La imagen no demuestra nada de eso, simplemente aparece Boudou esperando para votar. Pero la calificación moral está asentada. Alguien certifica: “tienen que aprender a vivir como los demás ciudadanos”. Muchos espectadores comentan “qué bronca que le dio a Boudou no quedar adelante”.
La inferencia, la frase vacía pero acusatoria –“los K roban”-, la ausencia de discusiones de fondo con datos en la mano sobre el devenir nacional e internacional de los últimos diez años, el análisis profundo de las medidas económicas, resultan prácticas habituales de quienes orientan sin fundamento a una parte de la sociedad acostumbrada a la percepción sin pruebas de la distorsionada imagen que brinda el narrador. Por esto señalamos la necesidad de tomar a Jauretche en el ámbito comunicacional: mirar lo que es, ver si anteojeras, no admitir el tamiz utilizado por un medio para dar cuenta de la realidad.
Esta acción comunicacional vulgar pero efectista ha logrado que una zona de la comunidad argentina posea el nivel más alto de alienación en la historia: miles de personas que viven bien en un país maravilloso –a diario analizamos a fondo el sentido de esta afirmación- creen vivir mal en un país de mierda. Es cierto que había un sustrato previo: buena parte de esos ciudadanos portaban un prejuicio de larga matriz familiar y social contra el peronismo. Los apotegmas sin contenido llegan para comprobar la certeza de sus valoraciones oblicuas.
Sin embargo, así como aquellos relatores han logrado convencer a una parte del público que equipos de gran desempeño concreto en realidad “no juegan bien” y han puesto en la picota a directores técnicos que ofrecen desempeños favorables pero “no conforman”, estos periodistas vienen insertando en la mente de personas que ganan bien, viven adecuadamente, se transportan con cierta comodidad y tienen varios beneficios costeados por el Estado a su disposición, a suponer – creer – engañarse, que transitan dolorosamente este territorio amargo, pleno de perdularios y sin oportunidades que vendría a ser la Argentina en versión TN.
Aunque por la plata baila el mono –nos dirán- deseamos plantear con firmeza la sorpresa que nos causa la ausencia de autorrespeto profesional por parte de un enorme sector del gremio periodístico en AM, FM y televisión. Y los tituleros de Perfil, Infobae y Clarín, por ejemplo. Para nada nos interesa que violen la orientación editorial del medio que los contrata. Sólo señalamos que la modalidad comunicativa los propone figuras perezosas que ni siquiera atinan a reflexionar sobre una política en base a la necesaria argumentación corroborada, aunque la misma no resulte de nuestro agrado.
Las responsabilidades, empero, tienen un leve grado de anverso. La debilidad analítica de los medios del Estado, sin la indagatoria scalabriniana ni la espectacularidad croniquera, ha facilitado a los espacios concentrados el corrimiento hacia abajo en la vara de calidad profesional. El periodismo hondo y nacional, fundado y certero, no tiene porqué ser denso, indigerible. La combinación de contenidos y presentación siempre ha brindado buenos resultados. En este período han confrontado –con excepciones- la trivialidad conservadora con la tibieza progresista. Y ya va siendo tiempo de irrumpir, con los pertrechos necesarios, con el vigoroso periodismo nacional y popular, sin demagogias, con calce profundo, verdad y –hay que decirlo- virilidad.
Evocamos vívidamente a don Arturo: “sólo me propongo consolidar esa saludable desconfianza popular a la letra impresa y a la voz de la radio, que salva a nuestro pueblo en las grandes circunstancias históricas. Ya he dicho que esa desconfianza y el buen sentido que apareja deben ser hijos del hábito del mate, y de esa pausa entre mate y mate, que abre un interrogante humorístico, mientras se leen los diarios mañaneros, y por donde se desliza esa preguntita socarrona: ¿Qué hay detrás de esto, qué finalidad persiguen, qué interés se mueve? Conviene que los hombres que han llegado al gobierno tomen mate (…). O cumplen el programa nacional y popular que nos han prometido, y entonces los van a pintar como si fueran el diablo, o no lo cumplen, y entonces los van a pintar como angelitos de cielorraso”.
Es preciso respetar al público, exigir al periodista que aborda una temática que llegue a las conclusiones a través de la investigación básica que sostenga su encabezado. Que los animadores radiales y televisivos, vuelvan a ser animadores, y no analistas de un presente complejo.
* Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica.