El Cordobazo, síntesis de luchas en un país convulsionado
Por Gabriel Fernández *
El amanecer del año 1969 presagiaba conflictos y protagonistas firmes. El l de enero, la CGT de los Argentinos emitió un documento en el cual destacaba, en cuestionamiento abierto para la burocracia participacionista, que esa central sindical había cargado con todo el peso del combate obrero contra el régimen políticamente autoritario y económicamente liberal que llevaba adelante el dictador Juan Carlos Onganía.
“La totalidad de los actos progamados por la CGT de los Argentinos fueron prohibidos. El precio que pagamos por estas actividades, efectuadas a pesar de todo durante 1968, ha sido duro. En teoría el gobierno no intervino la CGT, pero en la práctica lo hizo. Nuestras organizaciones más numerosas están clausuradas: ferroviarios, portuarios, personal civil, petroleros de Ensenada y Comodoro Rivadavia, más de 500.000 trabajadores carecen de sindicato”, señalaba la entidad opositora con la firma de Raimundo Ongaro y Ricardo De Luca.
Añadía más adelante que “a los 5.000 compañeros que cayeron detenidos en los actos que organizamos, a los que fueron golpeados, desalojados, humillados, a las víctimas de la Ley 17.401, a los que padecen torturas en los calabozos del régimen, les decimos: el sacrificio no será en vano, ustedes encarnan la dignidad nacional”. La CGTA no se quedó en palabras.
El 14 de enero los trabajadores gráficos iniciaron una huelga contra los aspectos centrales de la dictadura y por reivindicaciones particulares. Ese día Ongaro asistió, en Córdoba, a una reunión de militantes políticos y gremiales peronistas que resolvieron profundizar la acción contra la burocracia encarnada en las 62 Organizaciones y en el titular del Partido Justicialista Jorge Daniel Paladino.
Cuando el secretario de la CGTA salió rumbo a Bella Vista, Tucumán, para asistir a otro acto popular en contra del cierre del ingenio local, fue detenido en el camino por la policía y enviado en un avión a Bahía Blanca. El gobierno prohibió la manifestación tucumana y las protestas provinciales estallaron inorgánicamente; entre ellas, una huelga de hambre de 25 asalariados.
Ante el creciente malestar social, y la pérdida de bases sindicales en manos de la CGTA, la dirigencia orientada por Vandor comenzó a plantear tibias objeciones a las políticas oficiales; pero sus exhortaciones concluían en llamados a la comprensión y el entendimiento entre los trabajadores y la dictadura. Un pueblo que había soportado mal tres años de ajuste económico y represión del onganiato ya estaba exigiendo mucho más de la dirigencia.
En tanto, el ministerio del Interior lanzó una fuerte exhortación a los medios de prensa argentinos para que eviten difundir ideas políticas contrarias a los planteos del gobierno, así como imágenes eróticas en sus tapas. Esa política se combinaba con el auge de la influencia de los “cursillistas”, grupos eclesiales ultraconservadores que demandaban mano dura para todos los que se salieran del camino católico preconciliar.
Como contracara, cobraba mayor vigor el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, quienes el 10 de abril emitieron un documento denunciando “los problemas socioeconómicos que afectan al hombre de nuestro pueblo”. El 19 de ese mes fueron detenidos varios “curas del Tercer Mundo” por participar en marchas de protesta originadas por el cierre de talleres ferroviarios, la falta de pago a los obreros, la paralización de ingenios y los desalojos de campesinos en varias provincias.
Entre el 1 y el 3 de mayo se realiza en Colonia Caroya, Córdoba, el Segundo Encuentro Nacional de Sacerdotes por el Tercer Mundo, donde ochenta curas pertenecientes a 26 diócesis estimaron que en el país existía un proceso revolucionario que los obligaba a alinearse junto al pueblo, que rechazaban de plano el sistema capitalista y que definían su militancia por un “socialismo latinoamericano que promueva el advenimiento del Hombre Nuevo”.
Para alcanzar este objetivo proponían, entre otras cosas “la socialización de los medios de producción, del poder económico y político y de la cultura”. Por ese entonces, otros sectores se encaminaban a planteos similares desde prácticas diferenciadas.
El 12 de febrero la policía jujeña había detenido a seis personas calificándolas como guerrilleros rurales. El 5 de abril un grupo guerrillero atacó un vivac perteneciente al regimiento I de Infantería Motorizado Patricios en el centro mismo de Campo de Mayo. Otro núcleo copó la planta transmisora de Radio El Mundo en General Pacheco el 11 de ese mes. Un día después fue asaltado un puesto del Aeroparque de la ciudad de Buenos Aires; el 15 fue atacada una armería de la Capital Federal y esa misma jornada varios revolucionarios se apropiaron de un camión con armas de calibres livianos.
El día 16 fue copado un puesto militar marplatense; el 18 fue atacado el polígono de tiro de Villa María, Córdoba, asaltada una armería neuquina, atacado un puesto militar catamarqueño y copada una base de comunicaciones del Ejército en Neuquén.
El 20 de abril se concretó una operación guerrillera contra el hospital de la base de Río Santiago; el 22 fueron atacados puestos castrenses en Magdalena, Salta y otros puntos del país. Después de un tiroteo en el que murió un oficial de Coordinación Federal, fueron detenidos, el 24 de abril, Carlos Caride, su novia y dos compañeros en un departamento porteño. Desde ese día se inició una fuerte ofensiva contra los militantes revolucionarios en todo el país.
Movimiento obrero, militantes religiosos y sociales, grupos guerrilleros y diferentes sectores políticos populares, jaqueaban a la dictadura y preanunciaban un ciclo de luchas aún más profundo. El Cordobazo estaba en ciernes, pero lejos de tratarse de un sólo levantamiento en un punto provincial, encarnó una sublevación interior de proporciones, como veremos más adelante.
Durante la segunda semana de mayo, los trabajadores sintieron que caía la gota que rebasaba el vaso. Onganía dispuso por decreto el incremento de los precios de la nafta, el gas, la leche y las tarifas del transporte. En Córdoba, el panorama se agravó con la derogación del régimen especial de descanso denominado sábado inglés, que también abarcaba a otros distritos. El país se sublevó; cientos de miles de personas se lanzaron progresivamente a las calles.
El conflicto comenzó el 14 de mayo en la ciudad de Córdoba, con refriegas callejeras entre policías y obreros mecánicos, donde un trabajador fue herido. Al día siguiente los estudiantes salieron a manifestar en Corrientes y fueron reprimidos: en ese episodio murió baleado por las fuerzas de seguridad el universitario de cuarto año de medicina, Juan José Cabral, de 22 años. Ese mismo 15 de mayo los metalúrgicos cordobeses declararon una huelga general por 48 horas. El 16, se realizó el sepelio del joven Cabral, con movilizaciones de repudio en todo el país. En Rosario fue gravemente herido el estudiante de Ciencias Económicas Alberto Ramón Bello, también de 22 años, quien falleció en el hospital 24 horas después.
El período electrizante continuó con el sepelio de Bello, efectuado en la Iglesia del Pilar, en Córdoba, el 19 de mayo; luego del oficio se llevó adelante una Marcha del Silencio liderada por sindicalistas y sacerdotes que fue atacada por gases lacrimógenos. El 20 una multitud manifestó por las calles de Capital Federal, donde se registraron numerosísimos combates callejeros; hubo 20 heridos y 160 detenidos. El 21, en Rosario, se realizó un paro estudiantil con movilización: los jóvenes desalojaron a la policía de la zona céntrica tras una heroica lucha que duró ocho horas. Las fuerzas de seguridad asesinaron al obrero metalúrgico Norberto Blanco, de apenas 15 años. Ese día, en Salta, los estudiantes ocuparon el aristocrático club “20 de febrero”, emblema oligárquico, y destruyeron sus instalaciones.
El dictador dispuso la ocupación militar de Rosario y el estado de emergencia. El 22 el Ejército irrumpió en la ciudad sometiendo violentamente a sus habitantes, quienes respondieron con un paro general al día siguiente, que alcanzó un acatamiento total. Los tucumanos más jóvenes inauguraron un importante ciclo de movilización de secundarios que logró una profunda solidaridad popular; los chicos fueron salvajemente reprimidos por la policía, y varias decenas resultaron heridos. El 24 de mayo, en Córdoba, es nuevamente detenido Raimundo Ongaro y enviado a una prisión de Capital Federal.
El 25 de mayo, fecha patria, fue celebrado con trabajadores en las calles de todo el país y ningún acto oficial. Por primera vez en la historia el Estado no podía organizar la celebración de la Revolución de Mayo; como contracara se efectuaron numerosos encuentros populares que unificaron la reivindicación histórica con las demandas del momento. En uno de ellos fueron detenidos los actores Carlos Carella, Juan Carlos Gené y Raúl Ramos, por solicitar un minuto de silencio en homenaje a las víctimas de la represión oficial.
Dos días después, los jóvenes tucumanos, soportados por la población, avanzaron sobre la capital provincial, expulsaron a las fuerzas policiales y establecieron control absoluto de la zona céntrica. El 28 de mayo, una bomba estalló en el Departamento Central de Policía de la Capital Federal y murió una persona. Ese día, unos cuatro mil trabajadores y estudiantes marcharon en Rosario repudiando el alza del costo de vida y la represión. El 29 de mayo Córdoba se despertó enojada, lúcida y decidida.
Desde tiempo atrás, el SMATA y Luz y Fuerza por un lado, y Sitrac-Sitram por otro, así como numerosas organizaciones populares, canalizaban adecuadamente el singular proceso de maduración de la clase trabajadora cordobesa. El avance de la conciencia colectiva derivó en un enérgico repudio a las políticas dictatoriales, y renovadas exigencias sociales, contenidas en concepciones diversas pero de similar intensidad revolucionaria.
A las 11 de la mañana los obreros de IKA-Renault salieron a las calles, se pusieron en contacto con las primeras columnas estudiantiles y organizaron, en base a un rápido mecanismo de consultas y asambleas aceleradas, la ocupación de un perímetro de 150 manzanas correspondientes al Barrio Clínicas. La policía que intentó evitar el avance popular fue firmemente desplazada y se replegó. En las primeras horas de la tarde se sumaron contingentes multitudinarios. Para las 16 aproximadamente, casi ningún sector social cordobés estaba ajeno a la contienda.
A las 17 horas intervino el Ejército en coordinación con la Aeronáutica. El gobierno dispuso el toque de queda y el desplazamiento de tropas en torno de la región ocupada. Francotiradores fueron apostados por las fuerzas represivas para amedrentar a la población. Pero los manifestantes sostuvieron el control. Toda la noche del 29 al 30 la gente resistió y se autogestionó en una experiencia inusitada. La mañana del 30 de mayo Córdoba era una comuna; el país entero observaba azorado la más prolongada victoria de un pueblo en la calle contra dos fuerzas armadas y todos los efectivos policiales de la zona.
Recién en las últimas horas de la tarde, las tropas oficiales, luego de asesinar 14 personas y herir un centenar, consiguieron retomar el Barrio Clínicas. Pero los trabajadores argentinos ya percibían los sucesos como una muestra de su creciente poderío. La CGTA, en esta ocasión acompañada por la central burocrática, dispuso una huelga general en todo el país que tuvo un acatamiento considerado “espectacular” por los medios.
Muchos de los luchadores cordobeses, como Elpidio Torres (SMATA) y Agustín Tosco (Luz y Fuerza) fueron condenados por un Consejo de Guerra a cuatro y ocho años de prisión respectivamente. Onganía intentó retomar la iniciativa el 4 de junio a través de un discurso radial y televisivo, en el cual atribuyó los hechos a “una fuerza extremista organizada” y exaltó su gestión de gobierno; pero sus días estaban contados: al final de la alocución tuvo que admitir la renuncia en pleno de su gabinete, de todos los gobernadores y de un gran número de funcionarios.
El exiliado líder Juan Domingo Perón remachó la sensación de caída a través de un mensaje que consideró a la dictadura como “un anacronismo” y sentenció que “no puede quedar otra solución que prepararse de la mejor manera para derribar semejante estado de cosas aunque para ello deba emplearse la más dura violencia”. Perón, brindó así el empujoncito que faltaba para el desbarranque de quienes esperaban quedarse 40 años en el gobierno. La obra de los trabajadores en las calles había forzado el realineamiento de todos los protagonistas políticos.
Las luchas continuaron en todo el territorio, con picos de violencia llamativos. El 30 de junio, un grupo guerrillero mató al secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica Augusto Timoteo Vandor en el local de esa entidad, ubicado en La Rioja 1945 de Capital Federal. El Poder Ejecutivo implantó el estado de sitio en todo el país, fue allanada la sede de la CGTA, ubicada en Paseo Colón, y otra vez resultó encarcelado Ongaro. Tales medidas, como la intervención a otros sindicatos, fueron adoptadas por Onganía a través del Consejo Nacional de Seguridad, convocado por el gobierno para combatir “la subversión y el apoyo a ideologías contrarias a los intereses nacionales”.
Pero todo era en vano para el régimen. Luego de un período creciente de protestas, movilizaciones y atentados, con la presencia política concreta de organizaciones armadas revolucionarias en el seno del pueblo y con un creciente nivel organizativo sindical y estudiantil, Juan Carlos Onganía presentó su renuncia el día 8 de junio de 1970. La nación parecía ingobernable y una nueva etapa estaba surgiendo. El Cordobazo, como síntesis de todo un proceso restallante de luchas masivas, alcanzaba uno de sus objetivos centrales, un año después.
* Director La Señal Medios / Area Periodistica Radio Grafica