Por Juan Gelman
Son notorias las mentiras que la Casa Blanca
fabricó para justificar la invasión y ocupación de Irak. Los
perio-distas/investigadores Charles Lewis y Mark Reading-Smith descubrieron que
W. Bush y siete otros jerarcas de la Casa Blanca propalaron al menos 935
mentiras en los dos años que siguieron al 11/9 y precedieron a la invasión de
Irak.
Cabe reconocer que el más prolífico en la cuestión fue el presidente W.
Bush: 232 declaraciones falsas sobre el presunto arsenal de armas de
destrucción masiva en poder de Saddam Hussein y 28 acerca de la supuesta
relación del autócrata con Al Qaida y con los atentados. Le siguió el entonces
secretario de Estado Colin Powell: 244 y 10, respectivamente. El vice Dick
Cheney, Condoleezza Rice, Donald Rumfeld, Paul Wolfowitz, Ari Fleisher y Scott
McClellan también aportaron a este arsenal masivo de falacias (www.publicintegrity.org,
23-1-2008). Al parecer, no otra cosa sucedió con la versión oficial de los
atentados mismos.
El Comité de Justicia del Senado estadounidense ha
concluido un nuevo informe en torno de las fallas que impidieron frenarlos:
echa la culpa al FBI, señala que había amplias evidencias de que se preparaba
un ataque en suelo de EE.UU. y que jefes del organismo de espionaje las
bloquearon (The New York Times, 28-8-08). Pero hete aquí que casi 800
personalidades –catedráticos, arquitectos, ingenieros, altos funcionarios,
políticos, ex espías, pilotos y sobrevivientes de las Torres Gemelas– echan por
tierra las dos cosas: la versión oficial y el informe del Senado (www.reopen911.info).
Véanse algunos testimonios.
Los sobrevivientes, en primer lugar. Personal de
las Torres que se encontraba en el subsuelo B1, ubicado a 330 metros debajo de
los pisos 93 a 98 donde impactó uno de los aviones, sintieron que “vibraba el
suelo, las paredes comenzaron a resquebrajarse y todo temblaba”, declaró
William Rodríguez, empleado de mantenimiento: era una explosión que venía de
subsuelos inferiores. Segundos después, Rodríguez escuchó el estallido de
arriba y supo luego que se trataba de la embestida del Boeing 757 contra el
edificio, en tanto Felipe David, compañero de tareas, irrumpía con quemaduras
graves en el rostro y los brazos gritando “socorro”. Anthony Saltalamacchia,
supervisor del servicio, escuchó al menos diez explosiones procedentes de abajo
antes de salir de la trampa. Los testimonios coinciden, pero ninguno fue tomado
en cuenta en el informe del Senado.
Los pilotos consideraron imposible que un avión se
haya estrellado contra el Pentágono. Señalaron que el agujero en el muro es más
grande que el que podría causar un 757 y estimaron inverosímil que éste se
deslizara luego durante 10 segundos en el césped del interior, como muestra una
filmación oficial. El comandante (R) de la Marina Ralph Koistad, piloto de
combate con más de 23.000 horas de vuelo, reflexionó: “¿Dónde están los daños
provocados por las alas del avión en el muro del Pentágono? ¿Dónde las 100
toneladas del Boeing, los grandes fragmentos del aparato que siempre se
proyectan lejos del lugar del accidente? ¿Dónde están las partes de acero de
los motores, dónde el tren de aterrizaje, que es de acero?” (www.vigli.org/PDF911).
En efecto, no estaban, ni un solo desecho se encontró dentro o fuera del
Pentágono.
Los pilotos subrayaron otro aspecto: las maniobras
de los aparatos que chocaron contra las Torres eran impracticables. Del capitán
(R) Wittenber, con 35 años de experiencia en la fuerza aérea de EE.UU. y en
varias líneas comerciales: “No creo posible que un presunto terrorista
entrenado en un Cessna 172 entre en la cabina de un Boeing 757 o 767, pueda
hacerlo volar vertical y horizontalmente y lograr virajes de 270 grados a gran
velocidad, el avión sería incontrolable. Es ridículo pensar que un aficionado
pueda ejecutar esas maniobras manualmente. Yo no podría hacerlo y soy
absolutamente formal: ellos tampoco”. Los testimonios de unos 500 ingenieros
civiles y arquitectos confirmaron desde sus especialidades que la versión
oficial de los atentados “es un cuento de hadas” (John Lear, piloto comercial,
19.000 horas de vuelo).
El arquitecto Frank De Martini y otros afirmaron
que la solidez de las Torres tornaba inimaginable que se derribaran sólo por el
choque de un avión. “Fue claramente el resultado de una demolición controlada y
programada para que se produjera en medio de la confusión imperante”, manifestó
el ingeniero Jack Heller. Esa clase de demolición no se improvisa. Sus autores,
¿sabían previamente con exactitud el día y la hora de los atentados?
Pareciera que sí.
Diferentes
organismos de profesionales exigen que se investigue a fondo la tragedia que
costó la vida de casi 3000 trabajadores. Para el piloto Glen Stanish, se trató
de “una operación interna, concebida, organizada, cometida y controlada por un
grupo muy vasto de criminales en el seno de nuestro gobierno federal de EE.UU.
Utilizada como una razón falsa, un pretexto, una mentira, para invadir dos
países extranjeros ricos en recursos naturales, para extender un imperio, para
modificar las fronteras de los países del Medio Oriente y como elemento de la
‘guerra antiterrorista’ o, mejor dicho, de la guerra contra la libertad”. Hay más
de cien periodistas y artistas que piensan lo mismo. “Nunca creí la historia de
la destrucción de las Torres Gemelas el 11/9”, selló Sharon Stone (pdf.lahamag.com, 2-08). Que algo sabe en materia de historias.