Lectura
y escritura. El gran desafío de la autenticidad
Hace unas semanas
intenté señalar que para jugar al fútbol es preciso… jugar a la pelota. Es
decir, el pibe necesita tener trato cotidiano con el balón para convertirse en
jugador. Sobre la misma línea de juego, creo pertinente indicar que el
periodista debe leer. Tal vez no resulte tan importante estudiar periodismo:
pero sí es imprescindible leer, forjarse. A partir de allí, las clases
vinculadas con elementos técnicos de importancia pueden contribuir a la
formación.
Hay que leer de todo, tomando en cuenta que algunos
clásicos con fama de poseer calidad, la mayor parte de las veces tienen
calidad. A ver: es una pena que un estudiante de comunicación argentino se
prive de Walsh, Borges, Jauretche, Scalabrini, Hernández, Cortázar. Pero no hay
que atarse al deber ser. Mientras nos damos la tarea de leer esos grandes
–decir tarea ya es un error, pues su abordaje es placentero, pero puede haber
opiniones en contrario- es posible y también correcto leer lo que nos gusta.
Eso también es leer.
Y leer es imprescindible. Porque brinda al
periodista un volumen interior apreciable. Una mirada más perspicaz, una
cantidad de ejemplos valiosos a seguir y traspiés cometidos por varios autores
que se pueden descartar. Se aprende a detectar qué “suena” bien y qué “suena” mal
en una redacción. Amplía el vocabulario, le brinda al lector la argamasa
necesaria para ser distinto, mejor, a la hora de escribir, aunque también de
hablar. (Ahora veremos eso de distinto)
A partir de allí, la otra premisa para el
periodista es escribir. Escribir cotidianamente para crecer, para encontrar el
sonido adecuado, para que, al acercarse a una información, la dinámica
alcanzada en la práctica facilite la fluidez de la elaboración. Otra vez
volvemos sobre aquél texto **: el trato cotidiano con el balón nos ayuda a
resolver situaciones intrincadas, de las cuales parece que no podremos salir.
La redacción periódica facilita la concreción de la
idea que se ha formado en derredor de una información. Ayuda, en la corrección
del propio texto, a eliminar palabras superfluas, a insertar el punto y aparte
en el lugar adecuado, a desdeñar adjetivos innecesarios, a morigerar adverbios
y gerundios. No se trata de aprender gramática: se trata de palpar qué calza
justo en el artículo.
Preparen el mate, y justamente a eso vamos: aunque
cada uno debe hallar su lugar, sobre todo ahora que el trabajo se ha
“domiciliado” notablemente debido a la expansión de las computadoras y la web,
no se engañen con respecto a “la tranquilidad que necesito para sentarme a redactar”.
La serenidad es interior. Exteriormente, puede apuntalarse con buena luz, aire
acondicionado y poco más. Pero, a diferencia del escritor de novelas, el
periodista debe habituarse a trabajar en medio del bullicio.
Radios, teles, colegas e inclusive mujer e hijos,
teléfonos y otras máquinas, todos confabulados para interrumpir, pueden
resultar beneficiosos. Cuando un periodista dice que necesita un silencio total
para escribir, confundió su oficio con algún otro, quizás parecido. Lo cual no
significa que no pueda requerir, según su personalidad, momentos de
introspección aguda para relanzar su labor. Nada es absoluto y, cada tanto, es
válido disfrutar de un receso en el sonido ambiente. A condición de saberlo
así: es un receso nomás.
Me pasa cuando me invitan a dar charlas o
seminarios en el interior. A veces la combinación es de mi gusto: avión –cómo
me agrada volar- y un buen hotel, con habitación amplia, tele para los
partidos, buena luz y un lugar para escribir. Es agradable la sensación
(recuerdo Bariloche) cuando en pleno invierno feroz uno se recluye, pide agua
caliente, prepara el mate sin prisa y se sienta a puntear artículos mientras
percibe por la ventana la caída aguijoneante del aguanieve. O, como contracara
(recuerdo Rosario) zambullirse en el fresco interior con una bebida, tras un
día azotador con temperaturas incendiarias.
Hace muchos años que me vienen invitando a brindar
conferencias sobre medios, periodismo, política y actualidad: los pioneros y
los más “míos” son los miembros de varias generaciones de La Arcilla en
Córdoba; y aunque tal vez no resulte muy interesante lo que en cada ocasión
tengo para decir, agradezco esos momentos de desconexión con el laburo
cotidiano, que ayudan a seguir.
Pero, volviendo al oficio duro, el periodista está
atravesado por la realidad. Y la realidad es multifacética, cambiante… y muy
sonora. Sin admitirlo, se puede construir otro autoengaño: “no tengo tiempo ni
comodidades para leer, ni para escribir”. En ese punto, hay que abandonar la
idea de ser periodista. Algo semejante puede indicársele a quien anhele
desplegar este trabajo sin riesgos, sin cuestionamientos, sin amenazas.
Y ya que estamos calando hondo en las claves, vamos
a un lugar corrosivo e incómodo. Aunque no lo parezca, seguimos en el mismo
estilo al precisar que otro factor de importancia es la autenticidad. No tome
champagne si le gusta la sidra. Se necesita reconocer el propio tono de voz, la
respiración, el modo de andar.
La autenticidad es amiga de la verdad, que a su vez
tiene buenos vínculos con la mentada objetividad. Pero no son lo mismo, aunque
se interrelacionen de tal modo que construyan una orientación en el trabajo.
El periodista que se mira hacia dentro y se conoce
(un poco al menos) puede volcar su interioridad, de modo imperceptible, en su
tarea. Esto le brinda personalidad, voz propia (ser distinto). Y un contacto
genuino que el lector agradece.
Esto sucede en todos los planos –gráfico, radial,
televisivo- pero vamos hacia el mundo AM y FM porque su evidencia es contundente.
Si uno no siente, habitualmente, la necesidad de contar chistes, a qué forzar
la propia imagen e intentar hacerse el gracioso. Si uno no es experto en
filosofía clásica, para qué engolar el tono y pretender mostrarse “sabio”.
Es claro que siempre hay una distancia entre el ser
interior y su presentación, entre los contenidos que laten en nuestras cabezas
y lo que se vuelca al papel (al aire), pero la autenticidad consiste en reducir
lo más posible la distancia entre unos y otros. El periodista radial tiene la
posibilidad de contar con columnistas y entrevistados que sí conocen el tema en
cuestión y no necesita saberlo todo; para eso están los especialistas.
Sin embargo, y ahí volvemos a los párrafos previos
relacionados con la lectura, si posee una amplitud de miras, si ha afrontado
conocimientos varios, sus indagatorias serán –ya que no técnicas- precisas, y
servirán para abrir el lucimiento del invitado. ¿Le da celos eso? ¿Le molesta
que en el estudio alguien sepa más que usted? Embrómese; mejor hubiera
estudiado ingeniería nuclear y ahora sería el consultado. Pero ha resuelto ser
periodista.
Lo que hay que saber es esto: es muy probable que
la forma de ser de cada profesional sea atractiva, tenga un filo que cautive a
una parte de la audiencia. Si es canalizada con moderación, pero con
transparencia, el vínculo llega. Emerge tan naturalmente como la personalidad
que ha desplegado a través del medio utilizado.
De esa actitud íntima puede surgir algo que
estaremos viendo en otros textos: el abordaje comprensivo de lo externo, la
noticia -parte de un proceso-, y la necesaria veracidad para transmitir los
datos. Siempre, tomando en cuenta el lugar del mirador (ya saben que eso para
mí es decisivo) los prismas y por tanto, la selección con que el periodista
disecciona la realidad. Pero esa es otra historia.
*Director La Señal Medios / Área
Periodística Radio Gráfica.
** Apuntes para una crítica a los Directores
Técnicos. La Señal Medios. Gabriel Fernández.