Los que
luchan y los que lloran
SOBRE LAS VIRTUDES DEL INDIVIDUALISMO
Por Gabriel Fernández *
Vamos
a ver aspectos inconfesables del trato cotidiano en este oficio. La intención
es reflexionar sobre nuestro propio modo de comportamiento como periodistas,
pero también apuntalar las nuevas elaboraciones de medios, especialmente los
alternos o populares; es decir, tomar en cuenta experiencias previas bastante
instaladas para deconstruirlas y promover un mejor funcionamiento y un trabajo más placentero.
Entre las cosas que más me han fastidiado del
ejercicio de jefaturas y direcciones periodísticas están las demandas asentadas
en el cuestionamiento al otro. Si lo planteo es porque se trata de un
comportamiento habitual en las redacciones y medios en general, y deriva no
sólo en la incomodidad de muchos sino también en la frustración del acusador.
Fíjese porque tiene aspectos reconocibles en la vida cotidiana y, bien
considerado, con rasgos de humor.
El periodista necesita reconocimiento. (Alguien
dirá: como todo ser humano. Bien, pero no pienso adentrarme en terrenos
psicológicos universales). Aunque también necesita saber que es parte de un
colectivo de producción, el medio, que exige conjunción de esfuerzos y talentos
para vertebrarse y ser. Si la organización vertical de los espacios
tradicionales en los que he transitado contrastan con la horizontal de otros
lugares, los vicios no se han extirpado y de un modo u otro, se relanzan y
encuentran argumentación.
Lo tengo bien presente: el periodista que tiene una
propuesta para realizar, suele acercarse de este modo.
“-Necesito hablar con vos.
-Dale.
-Disculpame, pero ¿cómo puede ser que hayas
promovido a (fulana, mengano) en esa sección? o Perdón por meterme pero ¿porqué
(zutana, perengano, digamos) está en ese programa? “
La triste conversación con mil variantes deriva,
según el estilo del reclamante, en consideraciones acerca de sus propios
talentos, que a su entender lo harían merecedor de hacer ese (artículo,
programa, investigación) trabajo. Y firmarlo. Y poner su foto. Y todo lo que
sea pertinente. Y así, según su discurso, beneficiar el producto final. (La
perorata suele estar acompañada por “en un medio serio…”)
Qué sucede en realidad. El periodista no ha
comprendido que en la comunicación hay lugar para todos, en tanto y en cuanto
tengan la aptitud esencial necesaria, y que por tanto corresponde, no sólo o no
tanto en beneficio del medio sino de sí mismo, simplemente proponer algo y
tratar de hacerlo bien. Y que, más allá de procesos y espíritus de época, la
calidad termina hallando un lugar.
Acérquese lector. Es preciso admitir que el
periodista es individualista porque cuando ese perfil se oculta detrás de
discursos sociales o colectivos, se transforma en egoísmo. En celos, envidias y
rivalidades por espacios que pueden compartirse. Y encima con cataratas de
palabras que presumen ser en “beneficio de todos” (la empresa privada, la
cooperativa, los compañeros, los jefes, las ganancias). A partir de esa
admisión, es necesario saber que dependemos de un colectivo que se va
encauzando según las perspectivas del medio, muy especialmente si se trata de
uno popular o cooperativo. Pero también los demás.
El desafío es muy palpable en los medios que están
naciendo al calor del impulso creativo del pueblo y amparados en una
combinación de soportes tradicionales más web. La dirección colectiva debe
resolver los grandes caminos, sin olvidar un gran lugar para los sueños,
anhelos y posibilidades particulares de cada integrante. Es inevitable que
existan referencias por áreas o secciones para ordenar el trabajo y disponer el
aprovechamiento más adecuado de cada potencial, pero esas referencias deben
saber consultar y escuchar.
Cuando el planteo del egoísta es rápidamente
desdeñado por un jefe seguro de sus decisiones, que no está dispuesto a
sacrificar a personas que han sido designadas para una labor en beneficio del
demandante, todo se transforma en llantos de pasillo: “Ves, acá no se puede
hacer nada, hay que estar acomodado para salir adelante” y todas las
adjetivaciones del caso. Porque además, la dirección del área o del medio que
tuvo que escuchar los lamentos, termina dejando de lado al periodista en
cuestión. La queja contra el compañero es mal antecedente para una promoción.
(No siempre las jefaturas proceden adecuadamente.
En ocasiones uno se ha comido versiones infundadas, ha dado lugar a propuestas
sin destino. Trata de verlo y con el tiempo, remediarlo. Es curioso atisbar, en
medios de gran volumen que conozco bastante, cómo se autoriza y promueve la
pugna horizontal. Esto ha generado una baja en la calidad periodística
apreciable y una trama de alcahueterías cruzadas que sólo conducen a la
desconfianza perenne de todo un grupo de trabajo. Entonces, cada uno juega la
suya, cree salvarse pero el medio se va desprestigiando; el individuo carece de
marco adecuado. Los vivos terminan siendo zonzos)
Otro cantar es el profesional que, cuando tiene
entre manos una buena idea, llega y da batalla para concretarla. “Quiero
escribir sobre esto; quiero informar esto al aire; quiero entrevistar a tal o a
cual; quiero hacer esta investigación”. Y muzzarella acerca de cómo laboran los
cosos de al lao. Ahí sí, estamos ante una persona convencida de lo que viene
pensando y determinada acerca de lo que se puede realizar.
A partir de allí, uno somete al trabajador de
prensa a otros desafíos. Aceptar a los colaboradores que se le sugieren;
admitir la reformulación parcial de la idea primigenia. Nunca faltan los que
con altanería señalan “a mí no se me toca ni una coma”, o elaboran
argumentaciones que conducen, con más delicadeza, a la misma conclusión. Pues
lo que también debe saber un profesional es que todo artículo es modificable,
toda investigación puede ser cortada, todo interrogante puede ser replanteado.
Que para eso están los referentes de cada área.
Ahora bien, el planteo es claro y parte de una
realidad. No se habla aquí de premios que se otorgan particularizadamente, ni
de formaciones donde sólo caben once, o cinco. Cuando digo que hay lugar para
todos es porque en la comunicación es así. Y aunque siempre hay una cuota de
relatividad, es muy difícil transitar un medio en el cual la respuesta sea:
“acá de fútbol sólo escribe (o habla) tal periodista” o “el único autorizado a
entrevistar a Galasso es fulano” o “vos jamás vas a escribir sobre economía y
sociedad”. Si se llega a ese punto, usted está en un medio desaconsejable. O
tendrá que admitir que de esos temas no sabe un pepino.
Las direcciones colectivas tienen el reto de
configurarse en firmes, porosas y contenedoras. Los lineamientos editoriales
básicos no deberían limarse, por mucha presión individual que un profesional
ejerza. Las opiniones específicas ameritan evaluarse en su razonabilidad con el
objetivo de enriquecer esa orientación. Y las aspiraciones personales de los
miembros merecen consideración especial porque la armonía entre impulsos -
talentos individuales, y camino conjunto, es lo que puede diferenciar un buen medio
de otro con vaivenes y disparidades.
Esa dirección tampoco debe recaer en discursos
sociales para atemperar aspiraciones personales. La experiencia demuestra que
la declamación suele encubrir otros intereses. Allí se observa la distancia que
marcaba entre el egoísmo y el individualismo. Somos individualistas, no es
malo, puede resultar una interesante tracción para el colectivo. Cuando ese
rasgo hondo y sincero no sale a luz, las discusiones derivan en peroratas sobre
el bien del género humano que pueden resumirse en “lo mejor para todos es que
el mejor sea yo”. Puras macanas.
Hace tiempo ya que el periodista Ricardo César
Masetti trazó una línea divisoria entre los que luchan y los que lloran. Y se
lanzó, con Rodolfo Walsh, a elaborar la Agencia Latinoamericana de Noticias
Prensa Latina. Esa es la actitud.
*Director La Señal Medios / Area Periodística Radio
Gráfica