Las responsabilidades de TBA y el Estado, y la hipocresía de los privatistas

Por Gabriel Fernández
Director de La Señal Medios

Han pasado tres días de la tragedia de Once. Va decantando en la inteligencia colectiva la secuencia de responsabilidades. Y es pertinente efectuar una serie de reflexiones, algunas inhóspitas, con el objetivo de situar el problema y avanzar hacia conclusiones firmes que nos hablen del futuro.

Es claro que el eje de la culpabilidad explícita está situado en la empresa concesionaria TBA. Es transparente que los empresarios que la orientan deben ser procesados y que su licencia debe ser cancelada. Pero es necesario ir más lejos.

Las denuncias de trabajadores, usuarios y especialistas se acumularon en la Comisión Nacional de Regulación del Transporte y en la Secretaría de Transporte sin que se adoptaran las medidas necesarias. Es decir, el Estado argentino no cumplió con el control adecuado de la concesionaria.
Por lo tanto, será preciso involucrar, en segunda instancia, a los funcionarios sobre los cuales se depositó la responsabilidad de monitorear el servicio y garantizar el cumplimiento de los acuerdos relacionados con el transporte ferroviario.

Máquinas y vagones en mal estado, rieles y durmientes sin mantenimiento. Estaciones descuidadas y andenes resquebrajados. Todo a la vista, pero además denunciado puntualmente desde hace varios años.

Para todo eso, para resolver los aspectos operativos, el Estado destina una suma apreciable. Más allá de las consideraciones de la empresa, es ostensible que ese dinero no es aplicado a tal objetivo; la sociedad puede inferir que el mismo se disuelve en los bolsillos de los administradores.

Cuando todos esos factores se conjugan, el accidente es muy probable, y se transforma en delito. Porque se ha establecido aquello que los técnicos llaman "la escenografía del accidente". Es decir, una variedad de elementos que confluyen en que, más tarde o más temprano, se genere una distorsión que concluye en un problema que afecta la prestación y la salud del trabajador y del usuario.

Hasta ahi, un panorama bastante nítido de lo acaecido. Si no es un freno, es una barrera; tal vez un riel, quizás el rodaje de un vagón. Como delegados y especialistas han indicado oportunamente que el mantenimiento falla en todos esos aspectos, es lógico indicar que TBA es responsable. Y que los organismos de control no funcionaron.

Luces y sombras. El pensamiento antipolítico.

Ahora bien: siempre debatimos con franqueza sobre logros y falencias del proyecto nacional y popular en marcha. El concepto base sería el siguiente: los errores parciales, por graves que sean, no deben hacernos perder de vista los progresos ostensibles en el plano general económico, social y cultural. Y ese progreso general no debería forzar el ocultamiento de los temas irresueltos ni de las fallas comprobables.

A quienes hacemos La Señal Medios no nos gusta que nos corran con la vaina. Esto es: en las últimas horas, amparadas en el dolor de las víctimas, muchas voces se vienen alzando para que descartemos de plano todo logro general y no mencionemos la evidente alza productiva y la mejoría en el nivel de vida que, evidentemente, exigen un sistema de transporte nacional que no se encuentra a la altura de las exigencias sociales.

Pero lo que es justo, es justo. Si al evaluar esta tercera gestión kirchnerista no se mide el incremento del PBI, la mejoría en los ingresos populares, el desarrollo del consumo masivo y de los niveles de empleo, el crecimiento de la inversión y de los establecimientos productivos, si se pretende dejar todo eso de lado porque se registró un accidente que involucra -como hemos dicho sin ahorrar especificaciones- al Estado, estaremos arrojando al niño junto al agua sucia de la bañera.

Estos días han sido fértiles para el pensamiento antipolítico que puede sintetizarse así: "qué me vienen con datos y crecimiento, acá hubo muertos y la culpable es Cristina". Ese tipo de razonamiento es, habitualmente, sugerido por personas y sectores que en los 90 apoyaron las privatizaciones, que suelen desdeñar el parecer de los sindicatos y que en lugar de ofrecer soluciones exigen gritos, llantos y denuncias ampulosas.

Entonces, luego de evaluar con direccionalidad las grandes responsabilidades (reiteramos para que no se glose intencionadamente este planteo) de TBA, la CNRT y la SdT, vamos a señalar que la comunidad debe volver a pensar en profundidad qué equivocaciones ha cometido para poder elaborar un programa de acción vigoroso y adecuado a los tiempos que corren, ligado directamente a las necesidades populares.

Los privatistas ponen el grito en el cielo. ¿Quién llora y quién ríe por lo bajo?

En principio, quienes nos opusimos en su momento a las privatizaciones fuimos duramente cuestionados por una parte importante de una sociedad que estaba muy confiada y esperanzada en la hegemonía del liberalismo y la empresa privada. Esta franja nos dijo arcaicos, improductivos, prebendarios, deficitarios, "populistas". Los medios de comunicación desplegaron toda una batería de inexactudes y mentiras para convencer a la población de las virtudes de ese modelo.

Sin que mediaran autocríticas que dieran cuenta de errores particulares y colectivos que desembocaron en el quiebre nacional del 2001 y que deja sus esquirlas en estas empresas privatizadas que siguen monopolizando zonas del mercado, las mismas personas y los mismos sectores ponen hoy el grito en el cielo y pretenden anular las virtudes del gobierno nacional, con el objetivo político estratégico de ... volver a ese modelo que originó estos problemas.

No lo aceptamos. Esa fórmula ya se aplicó. Simbólica y prácticamente, la experiencia aliancista de reponer a Domingo Cavallo en el área económica para "resolver los problemas que él originó" resultó un fiasco, porque el economista liberal hizo lo único que sabía hacer: profundizó el modelo liberal, concentrador, financiero, antiproductivo e ineficiente. Entonces, se podrá decir lo que se quiera de las actuales autoridades, pero no que la solución es volver atrás.

Vamos más cerca, más duro. Cuando, ya en tiempos recientes, los trabajadores del ferrocarril fueron anunciando medidas y protestas debido a la falta de condiciones laborales adecuadas y a deficiencias en el mantenimiento del servicio, buena parte de los pasajeros, de los medios y en general de la población, se indignaron porque -en la misma línea de pensamiento antipolítico- "no quieren trabajar" o "los sindicatos piden cualquier cosa" o "a mi que me importa, quiero que salga este tren".

Las grandes y heroicas huelgas ferroviarias contra las privatizaciones en los 90, fueron realizadas por los obreros para que ésto no ocurriera. Digàmoslo directamente: para que el accidente de Once no se generara. También lo hicieron para conservar fuentes de trabajo y para no permitir la descapitalización del Estado y el cierre de vías férreas importantes para la integración nacional en el interior del país.

Ningún medio, ningún opositor vociferante, han pedido perdón a aquellos trabajadores, y a los que hasta hoy han seguido reclamando por un servicio ferroviario y por empresas públicas ajustadas a las necesidades nacionales y populares. Pero se toman el atrevimiento de suponer y difundir que el problema radica en el proyecto nacional y popular vigente en el país desde el año 2003.

Gasto público o inversión social.

A menos que se descubra otro tipo de azar cósmico, las cosas no pasan porque sí y la historia habita entre nosotros. Entonces, mientras bregamos para que TBA, la CNRT y la SdT paguen por sus responsabilidades en esta tragedia con origen delictivo, también vamos a señalar que este es el decurso inevitable de una política privatizadora y antiproductiva que operó como big bang de los grandes dramas nacionales. A hacerse cargo, unos y otros.

Durante todo aquél período oscuro, una buena parte de los medios y de la sociedad creyeron las estúpidas manipulaciones de quienes, como Bernardo Neustadt, sostenían que los trenes en manos del Estado daban pérdidas. Se escandalizaban cuando desde Canal 13 y desde Canal 11, desde La Nación y desde Clarín, se "informaba" sobre las cifras destinadas al transporte ferroviario.

Evitaban decir que en todo el mundo los trenes suponen una gasto que en realidad es una inversión, pues su sentido económico no es directo, no se asienta en la venta del boleto, sino indirecto, situado sobre el transporte de mano de obra, productos y mercancías por el territorio nacional. La ganancia del ferrocarril está dada por el crecimiento económico nacional, no por las cifras manipuladas mezquinamente por quienes decían verdades mentirosas.

Todo eso ha de ser puesto en la discusión presente. Junto con el resto de los problemas sin resolver (petróleo, minería, finanzas) que habrá que analizar a fondo para buscar salidas hacia delante, y no disparatados retornos al origen de las dificultades.

No sea cosa que, mirando con lentes de aumento, nos encontremos con algunos rostros indignados que, sutilmente, sonríen para sus adentros.

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