Por Gabriel Fernández *
Esquema ofensivo. Mucha triangulación. Sorpresa cuando la misma se rompe con pases rectos y frontales, por bajo, para quien viene embalado y llega en diagonal. Buenos centros no aleatorios para que cabeceen los bajos. Ascensor entre los volantes externos y los laterales. Calidad.
Por suerte lo dijimos al aire, bastante antes. Coincidimos con Hugo Tocalli: “estoy tranquilo, si la selección sigue llegando, los goles van a aparecer”. Lo señalamos previamente a la goleada, cuando a pesar de tres primeros tiempos brillantes se cuestionaba al combinado albiceleste.
El futbolero sabe que la preocupación de un equipo que arriba al tramo final pero no convierte es distinta a la desesperación del que necesita ganar pero se lanza con tibieza. Nunca se registró tibieza en el equipo argentino, salvo los últimos –y comprensibles- 15 minutos finales ante Jamaica.
Cuando observamos el panorama físico del plantel durante el Mundial reciente, respaldamos el accionar táctico de Alejandro Sabella. No nos unían a él filosofías ni colores. Pero supo hacer lo que debía hacer con lo que tenía. Empantanó el medio, apostó al quiebre inesperado; pero esa ruptura tenía que hacerse en pocos metros porque las piernas no daban para más.
Cuando observamos la situación de un plantel parecido en manos de Gerardo Martino, le pusimos fichas. ¿Porqué no intentar ahora, con los mejores en buen estado, arrasar del mediocampo hacia arriba? Muchas opciones netas por partido explicaban el posicionamiento. Los críticos se devanaron los sesos en naderías.
Se idealizó a Pekerman, enorme técnico de juveniles, pobre definidor en mayores. Se temió el mediocampo paraguayo por su reciedumbre y disciplina táctica. No se confió en lo que Martino confiaba: el talento del jugador argentino lanzado al ataque creativo en circunstancias difíciles. Así se crió la mayoría de los equipistas albicelestes y así han jugado.
La cuestión es que el fútbol argentino, de una década a esta parte, ha ingresado en una vorágine apasionante donde lo trascendente es la persistencia de la técnica en ultravelocidad con marca doble o triple. Donde todos los equipos tienen algo para mostrar. Donde no hay rivales fáciles y nadie recibe con tres metros por delante. Donde todos intentan anticipar.
El fútbol argentino, que genera estos jugadores, a veces adormecidos por las becas europeas, contiene pederneras que corren como galgos. Incluye expresos que tocan y salen. Da cuenta de zanabrias que parecen carrileros. Esto se puede apreciar viendo el juego domingo a domingo, por así decir. No esperando síntesis apretadas de Boca Ríver, Barcelona y el Real.
Los hinchas de los cuadros más importantes no comprenden. Los técnicos decisivos del fútbol argentino hacia la Selección vienen de otro lado. Se originan en ese lugar hondo que pocos enfocan y pocos ven. Ellos siguen hablando de stars y de tapas coloridas. Cuesta admitir que los ellos, Huracán o Newells propongan estas cosas. ¿Y las figuritas?.
Jugar bien al fútbol no implica catenaccio o ballet. Es aprovechar del mejor modo lo que se tiene en un momento determinado frente a un rival determinado, con una idea general que atraviesa la elaboración. Hizo bien Sabella en su momento. Hace bien Martino en intentar, ahora, la contracara.
Por supuesto que el fútbol tiene imponderables. Realidades impensadas e inexplicables que sorprenden y lo convierten en una obra de teatro con final abierto. Eso le brinda la atracción inusitada que genera. Pero hay cursos que pueden preverse. Lo único que hay que hacer es mirar y ver. Los prejuzgamientos pueden resultar PRE, es decir, dramáticamente prematuros.
*Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica.