Hablemos de Sofovich

Estilos

Por Gabriel Fernández *

Felizmente, Gerardo Sofovich no zafó. Y no estamos hablando de la muerte, que a todos alcanza más tarde, más temprano. Nos referimos a algo más sutil. Aunque hoy –precisamente- no lo parezca, el hombre estuvo a punto de gambetear el descrédito, pero su propia pulsión lo evitó.

La tendencia a exasperar la búsqueda de rating, ansia legítima en sí misma, juega estos malos tragos. El afán de audiencia está relacionado (a veces sólo indirectamente) con la afición al dinero. Por lo común, ambos factores ligados tienen, empero, autonomía en la mente de realizador.

Hay un borde, una línea, que al cruzarla daña hasta las mejores concreciones previas. No es más que –en la pasión por cautivar audiencias- derrapar en la chabacanería, el mal gusto, la vulgaridad. Sofovich transgredió esa marca notablemente y así la opacidad encubre el conjunto de su labor comunicacional.




Decíamos que casi zafa. No lo merecía. Su vínculo estrecho con la dictadura militar, su gestión calamitosa en ATC, su adscripción menemista, hablan de alguien cuyo interés básico apareció habitualmente relacionado con el daño contra el pueblo argentino. Pero casi zafa, y si no lo logró fue por su (com)pulsión, no por esas negras definiciones.

Porqué decimos esto. Tal vez sea, la presente, una módica pero útil reflexión que merezca ser tomada en cuenta por nuevos realizadores que tantean intentando develar el misterio del “gran público”. Lo decimos puesto que dos de sus productos, Operación Jaja y Polémica en el bar, con esquirlas hacia otros, provocaron cambios interesantes en la comunicación nacional.

Si Sofovich, ansioso por el rating y el dinero, hubiera cerrado su presencia mediática allí, o si se hubiera restringido a hacer la plancha con productos menores, hoy estaríamos hablando de alguien que dejó una huella apreciable. Por caso, los contrapuntos entre Altavista, Fidel Pintos y Javier Portales, podrían ser estudiados como cumbres de la televisión.

Sofovich logró, en ese período, gestar una zona imbricada entre la ficción y la ultrarealidad (ostensible puesta, humor guionado, combinados con la charla de café, la actualidad y la improvisación) que encarnaron como pocas veces en los medios el vínculo entre lo que debe ser una realización con todas las de la ley, y el aire que la misma necesita para dar lugar al imprevisto.

En el caso de Operación Jaja, aunque se tratara de una elaboración más cerrada en términos técnicos, se alcanzó la relación hilvanando buenos guiones con algunos grandes actores; allí, el “aire” para el vínculo se nutrió de los sobreentendidos hacia el espectador. Se abrió de ese modo un sendero de humor que pervive hasta hoy con suma eficacia.

Pero esa mala persona que seguramente era Sofovich no lo permitió. Transformó Polémica en el bar en una junta de alcahuetes de milicos y conservadores que no mereció el respaldo público. Derivó en cortes de manzanas en cámara y juegos tontos acompañados por comentarios vulgares donde la mujer sólo tenía el lugar expositivo, sin disciplina artística que lo remediara.

Y así, poniendo cara de vivo sobre un primer plano, hacía tonterías. Y resultaba evidente para una sociedad que había admitido sus elaboraciones de calidad y, por eso mismo, comprendía que lo que se le ofrecía era una estupidez y que las chicas estaban allí sólo por un asunto contractual. Ni polémica, ni baile, ni humor.

Es decir, Sofovich opacó aquellos logros con su propia necesidad de quebrar la línea del buen gusto, amparado en el autoconvincente discurso de “la tele es rating, el resto, sociología”. Esa frase es una verdad tan pequeña que al rato, deja de serlo. Porque lo curioso, el misterio de la comunicación, radica en que pese a todo, la calidad tiene un lugar.

Y el público, aunque comete errores a diario, lo sabe.

*Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Grafica FM 89.3.