Una potencia ultraviolenta,
un problema para la humanidad
Por Gabriel Fernández
Director La Señal Medios / Area Periodística Radio
Gráfica
Curioso decurso el de la historia humana. Varias
décadas, y muchas películas y pronunciamientos después, aquél proyecto
hitleriano denostado y pisoteado, ha logrado asentarse en un territorio y ha
encontrado los dirigentes adecuados para su renacer.
El premier israelí Benjamín Netanyahu y los máximos líderes del gobierno de ese país confesional han resuelto asesinar por la agresión directa, la ausencia controlada de alimentos y medicamentos y el terror, a pueblos circundantes.
Así como en la Segunda Guerra, el emerger de una potencia de segundo orden con
aspiraciones geoestratégicas se revela ultraviolento, intentando equilibrar la
ausencia de otras virtudes a través de la fuerza bruta combinada con el
exterminio medido y científico.
Los crímenes de lesa humanidad registrados en Gaza, en los últimos días, se
generan en el bombardeo directo de la población civil. Las imágenes son claras
al respecto: ¿soldados de Hamas armados hasta los dientes? No, decenas de niños
y niñas despanzurrados por las bombas.
Pero esos delitos, con un sesgo más sutil, se vienen registrando desde mucho
tiempo atrás. Los médicos que trabajan en las zonas palestinas han señalado la
imposición del bloqueo israelí hasta para los medicamentos más esenciales.
Y el testimonio de nutricionistas en la región es nítido: se acepta el ingreso
de alimentos, siempre y cuando no exceda la mitad de las proteínas necesarias
para el conjunto de la población palestina en Gaza, promedio.
Entre ambas acciones se ha generado un centro de exterminio a cielo abierto,
como denunció Noam Chomsky, que nada tiene que envidiar a los famosos campos de
concentración alemanes, cuando hombres y mujeres de varios pueblos, incluidos
los judíos, fueron asesinados por el nazismo.
Porqué. Vale reflexionar mientras se denuncia. El ensamble de varios factores
ha determinado que la dirección del Estado de Israel considerara la “necesidad”
de actuar en base a las propuestas de aquél austríaco de bigote corto y decir
enfático.
El apoyo de las naciones del mundo, con la excepción de los aliados directos, a
la creación y legalización del Estado Palestino, es uno de esos factores. Al
observar la capacidad de ese pueblo para elaborar un crecimiento en condiciones
difíciles y participar democráticamente en elecciones libres, el planeta ha
estimado genuina su institucionalización.
El resultado de los comicios en los Estados Unidos, mal que nos pese, es otro:
aunque Barack Obama ha admitido el gobierno del suprapoder militar financiero
en su país, su estilo de priorizar el diálogo sin por ello cesar agresiones, ha
consternado a un gobierno como el israelí para el cual toda mesa de negociación
ha pasado a ser un hecho antisemita.
La crisis europea configura el trípode “justificatorio” en términos
conceptuales de semejantes atrocidades. La Unión Europea, que no tiembla a la
hora de avasallar derechos en todo el orbe, tiene por primera vez en décadas
limitaciones concretas para desplegar su belicosidad aquí y allá como si
estuviera acunada por la prosperidad.
Los pueblos norteamericano y europeos, pese a su adormilada situación de años,
al verse objeto de los ajustes directos están más proclives a mirar con
preocupación los crímenes de sus Estados, largamente ignorados. Surgen fuerzas
internas en todo el mundo que exigen clara condena a Israel y suponen que los
palestinos tiene derecho a existir.
Finalmente, y la acción egipcia lo demuestra, el emerger del Unasur como una
voz molesta en esta área del planeta, ha desesperado (“enloquecido” según sus
textos históricos) a la comandancia israelí: aquella exposición de Cristina
Fernández de Kirchner ante la ONU (mientras puntualizaba la postura argentina
sobre Malvinas) planteando el reconocimiento del Estado Palestino, cayó como un
Skud en la cabeza de los jefes nazis.
Así las cosas, Israel intenta marcar el territorio y correr la línea hacia la
ultra extrema derecha belicista para que, a partir de ahora, cualquier
negociación se asiente sobre la condena a Hamas –gobierno electo por el pueblo
palestino— y en la restricción de los derechos estaduales en general de esa
pequeña y digna parte del género humano.
Finalmente, así como siempre miramos hacia dentro para cuestionar los traspiés
que nos corresponden, consideramos válido indicar: hace rato que Hamas necesita
consultar la herencia y los restos de la vieja y sabia OLP, con mucho rodaje
diplomático y criterio de integración política a la hora de plantear exigencias
trascendentes.
Los pueblos necesitan aprender de sus luchadores, aunque también de sus
negociadores. Sobre todo si han sabido gestionar con las armas en la mano. No
es poco. Sin embargo, esta objeción no invalida la definición antedicha:
Palestina tiene derecho a existir y el gobierno legitimo de esa nación, es
Hamas.
Israel tendrá que admitir esto, más tarde o más temprano.
Hoy, es preciso exigir el cese de la agresión israelí sobre los palestinos. Y a
partir de allí, empezar a razonar una salida equilibrada para detener el
redivivo nacionalsionismo, que opera como un revólver (atómico) apoyado sobre
la cabeza de la civilización.
Y ya sabemos, cuando hablamos de civilización, incluimos a los árabes y a
nosotros, los latinoamericanos. Mal que les pese a los racistas.