Premio Nobel de la Paz para las invasiones, los ajustes y la represión de la OTAN



Se consolida el éxito del refrescante humor sueco

Por Gabriel Fernández
Director de La Señal Medios

Después de haber visto como Somoza y Schiavi, por ejemplo, vestían orgullosos las casacas azules en contra de la violencia, el fin de semana pasado, nada puede llamarnos la atención. Al fin y al cabo, Barack Obama ha sido ungido anteriormente con el premio que alguna vez motorizó la imagen internacional argentina a través del respetado Adolfo Pérez Esquivel.



Por entonces, la distinción al flamante mandatario norteamericano podía entreverse como una sugerencia propia de aquél ficticio Tribunal de Pre Crímenes contra la Humanidad ideado por la creatividad de Los Simuladores. Recordará el lector a Manuel Garriga, trivial y autosuficiente, ante las imputaciones del Dr. Máximo Cozzetti.

Entre el color de la piel de Obama, su anuncio de acabar con Guantánamo (hoy, reducido a una ironía en los pasillos de los foros internacionales), y sobre todo el escaso tiempo en ejercicio de la función, lo evidente –un espaldarazo para la alicaída política estadounidense- se difuminó en una esperanza con mucho de ilusión y pocas nueces.

Pero el Premio Nobel de la Paz a la Unión Europea, digamos, a la OTAN –aunque en este caso valdría usar la expresión NATO que hacen flamear con orgullo los columnistas internacionales de La Nación- impide la polémica, quiebra las expectativas; define un mensaje. La Academia de Hollywood en su versión sueca ha resuelto volver a realzar los asesinatos en masa, las invasiones y las torturas.

Vale la observación: no se trata de un comentario dogmático. Por caso: no estamos objetando que se ofrezca un premio a un músico que, en su intimidad, admira a Hitler; tampoco diríamos nada si se beneficia a un matemático que hace trampas jugando al tenis. El asunto es otro: se brinda el Premio nobel de la Paz a los mayores violadores de la paz en el mundo. Contradicción directa, concepto explícito.

Como si esto fuera poco, se otorga el galardón cuando los gobiernos que configuran la Unión están hostigando a sus propios pueblos con programas de ajuste económico que generan violencia y priorizan la estabilidad de organizaciones financieras que han originado el problema en el cual se hallan inmersos. La Unión Europea, que no ha disminuido su capacidad agresora sobre regiones propias y ajenas, atraviesa la peor crisis de su historia.

Y hoy celebra el haber obtenido la máxima distinción pacifista del planeta. El argumento es sencillo, contundente: por su contribución a la democracia, la reconciliación y los derechos humanos en el Viejo Continente durante los últimos 60 años.

El Comité Nobel puso de relieve: “Durante un período de 70 años, Alemania y Francia han combatido en tres guerras. Hoy una guerra entre ambos países es impensable. Esto demuestra cómo, por medio de esfuerzos bien intencionados y construyendo una relación de confianza mutua, los históricos enemigos se han convertido en estrechos aliados”.

Y luego ingresa en el neblinoso espacio del análisis político, presentando como verdades asuntos que todavía están en discusión. Según el texto, la caída del Muro de Berlín hizo posible que se incorporaran a la Unión Europea varios países del centro y del este de Europa, abriendo una era de armonía en la historia europea. “La división entre el este y el oeste llegó a su fin, la democracia se fortaleció, muchos conflictos étnicos se han solucionado”, indica con temeridad.

Aunque admite de soslayo que el bloque está atravesando por graves dificultades económicas y financieras, no se pronuncia sobre el masivo rechazo popular a sus planes de ajuste fondomonetaristas para evitar la caída de los grandes bancos de la región.

El presidente del comité, Thorbjoern Jagland, al anunciar la decisión en Oslo, atinó a señalar: “Actualmente la UE sufre graves dificultades económicas y problemas sociales considerables. Este es un mensaje a Europa para que haga todo lo posible para asegurar lo que ha logrado y seguir adelante”, subrayó el noruego. Es decir, hizo votos para que el premio resulte, además, disciplinador.

Tras la Segunda Guerra Mundial y con el acuerdo de los seis países firmantes del Tratado de Roma en 1957, surgió la Comunidad Europea. Pese a las crisis que se produjeron durante su desarrollo, el proyecto se expandió hasta incluir a 27 Estados. De los países integrantes del bloque regional, 17 establecieron una unión monetaria conocida como la Eurozona.

Los cuestionados líderes europeos recibieron con algarabía la distinción, que dejó atrás las postulaciones de militantes humanitarios de todo el orbe, referentes solidarios populares de las más variadas zonas, e inclusive las Abuelas de Plaza de Mayo.

Las hondas fracturas en el seno de la Unión no fueron tomadas en cuenta, pues allí se hubiera debilitado el argumento solidario. Los países del Norte- Norte, orientados por Alemania, rechazan un apoyo genuino para los países del Sur, ahogados financieramente por una deuda excesiva y sometidos a políticas de “austeridad”.

El galardón está compuesto por una medalla, un diploma y un cheque de ocho millones de coronas suecas, unos 930 mil euros. La ironía de un líder sindical francés, al conocer la decisión, resonó potente: “un millón de euros más para los bancos”.

La UE sigue en la lista del Nobel de la Paz a las tres mujeres a las que se lo otorgaron en el 2011, la presidenta de Liberia, Ellen Johnson-Sirleaf, la también liberiana Leymah Gbowee y la activista yemení Tawakkul Karman. El presidente norteamericano, Barack Obama, lo recibió en el 2009 y el vicepresidente de Estados Unidos durante la gestión de Bill Clinton, Al Gore, lo ganó en el 2007.

Como podemos observar, este es un nuevo premio para la Tormenta del Desierto, las posteriores avanzadas sobre territorios árabes, el hostigamiento irregular sobre Libia y Siria, la participación en instancias desestabilizadoras en América latina, el cercenamiento de la libertad de prensa, entre otros logros compartidos por los Estados Unidos y la Unión Europea.

Siguiendo la tradición, la entrega de los premios Nobel se concretará el 10 de diciembre, en coincidencia con el aniversario de la muerte del químico sueco Alfred Nobel, en dos ceremonias paralelas. En Oslo se entregará el de la Paz y en Estocolmo los restantes. El mensaje ha sido transparente: Os lo decimos muy bien, apuntarían Les Luthiers. Y en cualquier boliche de arrabal, surgiría la respuesta directa, un tanto ramplona: Esto es el Colmo.