Por Gabriel Fernández
Director de La Señal Medios
Como podía preverse, aunque los condicionantes
culturales dificulten su reconocimiento, el nuevo equilibrio de fuerzas
político económicas a nivel planetario está acompañado por el emerger de una
comunicación distinta.
Así como el reposicionamiento de China y Rusia, y el
crecimiento inédito de América latina conviven con la ofensiva norteamericana y
el intento de rearmado de la OTAN, el periodismo naciente cohabita en malos
términos con los grandes medios. Aquí y allá.
El paralelismo no es cerrado: lejos estamos de
imbricar los espacios geopolíticos indicados con los nuevos narradores en
sentido orgánico. Señalamos que la tendencia es marcada y abarca todos los
planos. Por supuesto: se manifiesta en el terreno de la cultura.
La situación que atraviesan Julián Assange y su
medio Wikileaks es una evidencia de la trascendencia del movimiento naciente.
Quienes apuntamos en esa dirección, aún teniendo una larga experiencia en los
medios tradicionales, sabemos que no es una excepción.
Por acá
La labor del periodista australiano fue menoscabada
hasta que desató una oleada informativa y, especialmente, hasta que la justicia
del Norte resolvió perseguirlo. Sin embargo, pocos conocen la gran cantidad de
periodistas detenidos en los Estados Unidos por desplegar una labor semejante.
Y menos reparan en el número de profesionales
asesinados en América latina por la misma cuestión. Es que mucho más allá del
desconocimiento de funcionarios y dirigentes populares atados al pasado
informativo, la batalla está acá.
¿Dónde queda ese acá? Veamos. La población recibe
las coberturas sesgadas y tergiversadas por los monopolios sobre los temas más
variados: ONU, Cristina, Irán, seguridad, cultura, deportes. Pero después, una
buena parte de esa masa, especialmente la zona juvenil, procesa y deconstruye
los mensajes, debate, intercambia, se enoja y saca conclusiones por las nuevas
vías.
Y cuando decimos juvenil estamos, en realidad,
haciendo una concesión innecesaria, porque ya podemos hablar de la mayoría de
los menores de 40 años y de una porción apreciable de quienes superan esa edad.
Lo que es más: una gran parcela de esa población,
desde hace dos años a esta parte aproximadamente, deja de lado la información
surgida de los espacios tradicionales y busca los datos en los medios que vamos
construyendo con otros criterios y mejores fuentes.
Por eso y por la misma conciencia social, en toda
América latina, digamos, los votos populares no se condicen con las portadas de
los diarios, la opinión por lo bajo no se referencia en el planteo televisivo,
el decir que repite las AM cloacales se restringe a regiones de ralo prestigio
ante la comunidad.
Esto ha dado lugar al emerger de periodistas
sumamente valiosos que nada tienen que envidiarle a los presuntamente
influyentes profesionales reconocidos por los grandes medios. Como todo lo
nuevo, la difusión es irregular y con claroscuros. Lo cual, además, le brinda
la saludable e intensa sensación de disputar una pulseada que implica
protagonismo.
Contrastes
Ahora bien, debido a esa razonable contradicción, y
a ese desajuste generacional con las dirigencias, el esquema jurídico –
político – económico es añejo y sigue sin considerar este fresco y brioso
panorama.
Los que realizamos estos nuevos productos estamos
continuamente amenazados jurídica y económicamente, porque la política
comunicacional oficial en casi todas las naciones, no tracciona. Es vetusta, y
por lo tanto acompaña la hegemonía de quienes combaten los procesos políticos
de cambio.
En un período contradictorio, pero marcado por el
avance popular, gobiernos que recuperan soberanías y respaldan demandas
sociales, cobijan a un andamiaje jurídico y económico que daña a los
periodistas que defienden esas mismas banderas con certeza informativa.
El resultado está a la vista: los sistemas
comunicacionales vigentes golpean con energía a esos gobiernos, los cuales
tienen serias dificultades para llevar adelante mensajes de vasto alcance y
penetración por los senderos conocidos. Como sus dirigentes consumen
esencialmente esos medios hegemónicos, les brindan carácter de “influyentes”.
La Argentina es un ejemplo interesante, aunque no se
desprende tanto del conjunto de Nuestra América: mientras se sanciona la Ley de
Medios, excelente normativa impulsada por el Poder Ejecutivo, los nuevos medios
languidecen con una enorme masa de lectores, oyentes y televidentes, pero sin
respaldo concreto.
Lo viejo combate lo nuevo aún a través de quienes
impulsan nuevas políticas en rubros decisivos. Y si bien más temprano que tarde
llegará la admisión acerca de dónde están los ejes de la información y el
análisis, el dramático “mientras tanto” puede generar instancias
comunicacionales alterativas débiles y, como contraparte, tiempo para una
adecuación monopólica a códigos y estilos originados en la sabiduría de pueblos
creativos.
Construcciones
Los medios estatales, aunque en ocasiones contrastan
con los contenidos monopólicos privados, tienen en su interior una habitualidad
burocrática que, sumada a la inercia tradicionalista, origina producciones de
escasa hondura y tenue sentido transgresor, alcanzando así un vínculo
epidérmico con esas masas inclinadas a otras miradas.
Esto origina un cuadro de situación apasionante,
donde vale la pena zambullirse con ánimo transformador. Si el resguardo de la
calidad de la producción es esencial, el debate público sobre las
características del panorama es necesario.
En los albores de la convulsionada década del 70,
don Arturo Jauretche polemizó agudamente con sus compañeros generacionales de
lucha. Al observar que se oponían a la creciente presencia juvenil en la vida
política, los llamó “viudos tristes”.
Jauretche señaló entonces que la distancia entre el
pasado y el presente con proyección de futuro podía graficarse en la costumbre
que sentimos al habitar la vieja casa desvencijada y semiderruída,
presuponiendo por hábito que la nueva casa, desconocida, nos resultaría hostil
e incómoda.
El aniquilador de las zonceras optó por la casa
nueva. Por eso su legado se aprecia tan vital, tan vigente. En esa historia sí
podemos abrevar. Es hora que estos medios de comunicación que usted está
observando, tengan carta de ciudadanía. En toda la línea.